SOCIEDAD › LOS QUE ESTAN MARCADOS POR SU APELLIDO

Cuando el nombre dice todo

Un libro recopila casos en que el destino enlazó de forma insólita apellidos y profesiones, como el árbitro Amarilla o el ginecólogo Pujato. Algunos admiten que hay quien piensa que su nombre es un chiste.

 Por Andrea Ferrari

Puede ser una cuestión del azar que las licenciadas Adriana Caldo y María Pappa hayan trabajado juntas en el área de trastornos alimentarios. Pero que Carlos Amarilla decidiera ser árbitro y Luciano Palos arquero, ya genera ciertas dudas. Y cuando uno lee que el médico Eloy Sordelli se especializó en otorrinolaringología, deja de creer en las casualidades y piensa que algo tiene que haber para que toda esa gente haya caído bajo el influjo de su apellido. Recopilados por Walter Duer en el libro Marcados por el destino, estos ejemplos, rigurosamente ciertos, son apenas unos pocos en un mar de nombres insólitamente bien colocados en su contexto. Sus dueños dicen en general que sobrellevan sin problemas la situación, aunque el veterinario Rubén Gatti, ex presidente de la Asociación de Medicina Felina, admite que alguna gente cree que se trata de un chiste.

Cuenta Duer, periodista free-lance, que empezó a obsesionarse con este tipo de nombres el día en que iba por la calle y vio un cartel que decía: “Alfredo Carozo. Semillería”.

–Porque el tipo podría haberle puesto a su negocio vivero. Pero no –insiste–, se llama Carozo y le puso semillería.

Desde ese momento decidió coleccionar estos extraños nombres. Ya había algunos archifamosos: José Barrita, el célebre ex líder de la barra brava de Boca; Oscar Carman, quien fuera presidente del Automóvil Club Argentino, o el experto en violencia familiar Norberto Garrote. Pero empezaron a aparecer más. Muchos más. Enterados sus amigos y conocidos, le acercaban ejemplos.

–Hablara con quien hablara resultaba que sabía de alguien y me decían, por ejemplo: “Claro, yo conozco al otorrinolaringólogo Sordelli”.

Y ahora que el libro ha sido editado, no hace sino recibir más y más casos, para un futuro segundo volumen. Porque al parecer el mundo está lleno de personas que tienen apellidos a medida de sus profesiones. Como la veterinaria Gloria Perrupato, con consultorio en Belgrano.

–Sí, en la escuela primaria me hacían bromas, los chicos siempre son duros –le cuenta a Página/12–. Pero bueno, ese peso lo tuvo toda la familia.

Aunque optó por seguir Veterinaria, dice que la Universidad de La Plata no la cargaron mucho. A veces algún profesor levantaba la vista de la lista y decía:

–¿Perrupato y estudiando veterinaria?

Pero ella lo lleva orgullosa y lo pone en la chapa de su clínica. Igual que el doctor Amor, otro nombre incluido en el libro, quien es, evidentemente, un cardiólogo. El mundo médico parece ser particularmente pródigo en este tipo de casos. En el libro de Duer aparecen Guillermo Speranza, experto en fertilidad; José Duro, urólogo; Oscar Cortondo, quien se dedica a las disfunciones sexuales y el cirujano infantil Claudio Pequeño. También están los ginecólogos Domingo Pujato y José Curto y el obstetra Carlos Cesaris. Y hay dos especialistas en patologías mamarias: los doctores Bustos y Teti.

Vicente Teti dice, sin embargo, que no le hacen demasiadas bromas.

–Los chicos son más de fijarse en esas cosas. Pero yo soy una persona grande, ya no se animarían.

Pero cuando uno le habla del destino encerrado en su nombre, el doctor Teti dice que se encontró pensando en ese tema un rato antes, sólo que no en relación consigo mismo.

–Pensé en esto porque me acaba de llegar un acta de exceso de velocidad por andar a 63 kilómetros por hora por la avenida Figueroa Alcorta. ¿Y sabe cómo se llama el agente que hizo la boleta? ¡Agente Verdugo! Y entonces pensé cómo estamos marcados: justo él que se llama Verdugo me hace una boleta. Lo tenía en su destino.

–Como usted.–Sí, como yo.

Probablemente algunos de los incluidos en el libro ni se enteran de la gracia de su nombre por una cuestión de lenguas. Es difícil, por ejemplo, que el alemán Heinrich Pudor haya captado la ironía de ser fundador del movimiento nudista. Y menos aún se habrá percatado del asunto el remero checo Vaclav Chalupa. Pero en cambio es casi seguro que el arzobispo nicaragüense Jaime Sin sabe que lleva el pecado unido a su apellido.

Es evidente que en su mayoría no pretenden ocultarlo: porque ni Carlos Paredes tenía por qué llamar así a su inmobiliaria ni Claudia Adorno poner su nombre al negocio de decoración. Tampoco el diseñador Carlos Malvestitti dudó en estampar su apellido en una marca de ropa deportiva.

–En el colegio no me hacían bromas, ellos me decían “Malves”. Pero me las hacía yo mismo –cuenta–. Decía que cuando fuera grande iba a poner el negocio “Malvestitti Sport”.

Sólo que después estudió derecho. Y sin embargo, como impulsado por el destino de su apellido, terminó fabricando indumentaria deportiva para mujer. Al principio inventó una marca en inglés. Pero después se atrevió y su nombre, dice, le trajo suerte.

–Cambié y le puse “Carlos Malvestitti Design”. A partir de ahí las ventas subieron. La gente creía que era un diseñador italiano. Mis clientas, muy paquetas, nunca me hicieron bromas por mi apellido.

Otra área sumamente fértil resulta ser la de las finanzas. Está el funcionario del FMI Joseph Gold, el ex gerente del BID Ciro de Falco y el conocido presidente del Banco Santander, Emilio Botín. Menos famosos, a nivel local aparecen el revisor de cuentas Jorge Toccafondi y el coordinador de remates José Mosca.

Ninguno cree que el apellido empujó su elección. Cuando uno le pregunta por sus motivos, Rubén Gatti dice sencillamente que el destino lo fue llevando a estudiar veterinaria y especializarse en los felinos, sobre los que escribió varios libros.

–Primero pensaba dedicarme a la agronomía, pero el ingreso era común y terminé decidiéndome por veterinaria. Conocí a alguien que tenía gatos, empecé a aprender mucho sobre ellos. Me fui metiendo en tema y me sentí cómodo en esa especialidad.

Reconoce, sí, que alguna gente le hace bromas o cree que es un chiste al ver su nombre en los papeles de la Asociación de Medicina Felina, una entidad que presidió durante ocho años. Pero afirma que existen al menos otros cuatro veterinarios con su mismo apellido, aunque sólo él es experto en gatos.

–También conozco un veterinario Perrino.

El chiste final debería ser que los doctores Gatti y Perrino se llevan como la mona, pero no es cierto.

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