Domingo, 2 de julio de 2006 | Hoy
DEPORTES › LUJOS, PISADAS Y SOMBREROS PARA ALEGRIA DE TODOS
Era el partido ideal para el traspaso del cetro a Ronaldinho, su primer heredero. Pero el volante francés, que había anunciado su retiro para luego del Mundial, ofreció una actuación fuera de serie, clave para la eliminación de Brasil.
Por Ariel Greco
Desde Alemania
El rey ha muerto, viva el rey. La ocasión era perfecta. Ni un guionista cinematográfico lo hubiera imaginado mejor. El nuevo rey, elegido por aclamación y con sobrados méritos para ocupar el trono, le daba la última despedida al viejo rey, que, ya veterano, había informado su intención de abdicar. Sólo faltaba el traspaso formal, en una ceremonia acorde a la ocasión. Entonces, los cuartos de final del Mundial, en el estadio de Francfort, parecía el sitio ideal: Brasil eliminaba a Francia y Ronaldinho, figura del partido, se hacía cargo del lugar de Zinedine Zidane, que con la derrota y la eliminación formalizaba su retiro anunciado.
Pero no. La película real resultó mágica, con un efecto sorpresa que dejó maravillados a los 48 mil espectadores que había en el estadio, incluso los diez mil brasileños. Es que Zidane tenía otra trama para el film. Y, además, se había reservado el papel principal. Desde que leyó el manifiesto contra el racismo, antes de evitar cantar “La Marsellesa”, el volante francés se adueñó de la situación, de la pelota, del partido.
Muy pronto dejó en claro que no era un compromiso más y lo jugó como lo que era: tal vez, su última función. Porque Zizou salió a dar espectáculo. Ni más ni menos. Ubicado justo detrás de Henry, con Ribery y Malouda a los costados y Makelele y Vieira cuidando sus espaldas y proveyéndole de balones, Zidane mostró todo su repertorio: pisó la pelota para enfriar el partido en los primeros minutos con el fin de desactivar el mejor arranque brasileño; tocó en corto y fue a buscar, para lograr fluidez en la circulación, arma clave para que Francia dominara estratégicamente el juego; metió pases en cortada con su sello, para que sus compañeros encontraran espacios a espaldas de los defensores brasileños; eludió rivales, como en esa apilada en la mitad de la cancha que terminó en un pase perfecto para Vieira, que fue bajado por Juan en el borde del área; ejecutó el tiro libre que culminó con el gol de Henry; y sobre todo, tiró chiches. Muchos. Un sombrero a Ronaldo y otro a Juninho Pernambucano, con apenas un minuto de diferencia; una pisada con derecha y posterior pase de zurda para dejar en ridículo a Cafú; otra, típica de su juego, en la que pisó la pelota con la derecha, giró sobre sí mismo y se la llevó con una pisada de zurda. Las hizo todas, pero de verdad.
Desde que en el Mundial ’98 y en la Euro 2000 confirmó su liderazgo para que Francia obtuviera los títulos y con la Juventus y el Real Madrid se cansara de levantar copas, Zidane fue erigido como el mejor. Y si bien es cierto que su rendimiento viene en declive desde hace un par de temporadas, recién con Ronaldinho apareció un sucesor a su altura. Es por eso que esta Copa del Mundo era la ocasión propicia para entregar la corona. Pero Zidane no lo quiso. Ya se lo dijo a los españoles, que no lo jubilen antes de tiempo.
Mientras tanto, el nuevo rey observó incrédulo. Seguro que por un capricho táctico (o tal vez para resignar protagonismo y ni siquiera opacar al otro rey), Ronaldinho terminó recostado en la izquierda, sin rebelarse ante la inminente eliminación y casi sin participar del juego. Miró cómo Zidane ejercía el poder. Es que el rey no ha muerto, viva el rey.
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