Domingo, 17 de junio de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Hay infinitas historias de deportistas quejándose después de algún resultado adverso, de quienes nunca se quejaron después de una victoria. Pasa habitualmente en los deportes colectivos con los árbitros, aunque también en los individuales. Pocas veces, solamente de vez en cuando, los destinatarios de los lamentos a posteriori de las derrotas de quienes juegan o corren son otros que los administradores de los reglamentos deportivos.
La cosa es siempre, o casi siempre, “a posteriori”. Y ya que de latinazgos y cuasi neologismos se trata, uno se pregunta si es cierto que en asociación libre, en el lenguaje común es casi corriente decir “apriorísticamente”, porque jamás se utiliza su antónimo que sería “aposteriorísticamente”. Escapando de la casi inútil digresión del párrafo anterior, el tema es el histeriqueo del piloto español de Fórmula Uno Fernando Alonso, después del triunfo de su compañero de equipo Lewis Hamilton en el Gran Premio de Mónaco del último fin de semana.
Alonso dijo a las pocas horas –esto es, volviendo a la digresión, “aposteriorísticamente”– que en su equipo privilegiaban al británico ganador de Montecarlo, pese a sus antecedentes como campeón del mundo. Antes, cuando se iba convirtiendo de a poco en el sucesor de Schumacher como campeón de la categoría, no se escucharon ni se conocieron lamentos del español. Por lo menos en este sentido. El viernes último, Alonso hizo el mejor tiempo en el primer día de Indianápolis. Hamilton (ayer hizo la pole) fue tercero. No parece haber habido quejas ni histeriqueos de Alonso. Antes de antes no, antes –durante la semana que termina–, sí. Ahora, otra vez, no. Calavera no chilla...
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