EL MUNDO › LOS PRINCIPALES CANDIDATOS EN LAS PRIMARIAS DE LA DERECHA FRANCESA SE DISPUTAN LA BANDERA DEL SER

Sarkozy, Juppé y la fiebre de identidad

Labrando las tierras de la extrema derecha, Sarkozy izó el tema de la identidad como bandera de su programa en una Francia amenazada. Juppé puso en circulación un concepto que suena a cristal: “la identidad feliz”.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

La derecha francesa está poseída por la fiebre de la identidad. El ex presidente Nicolas Sarkozy y el ex Primer Ministro y canciller Alain Juppé, los dos candidatos que este mes de noviembre se disputan las primarias de los conservadores donde se designa al candidato para las elecciones presidenciales de 2017, pusieron por encima de las demás consideraciones políticas o económicas el resbaloso tema de la identidad. Fiel a sus inclinaciones estratégicas que consisten en labrar las tierras de la extrema derecha, Sarkozy izó el tema de la identidad como bandera de su programa en una Francia amenazada, según él, de desintegración, islamización, perdida de identidad, retroceso de la cultura, ocaso de los valores y contaminación cultural (los musulmanes). Es lo que en Francia llaman “la identidad agria o empañada”. En contraposición, su rival, Alain Juppé, puso en circulación un concepto que suena a cristal: “la identidad feliz”. Juppé elaboró esa idea en contra de un intelectual francés que antaño fue de izquierda y terminó convirtiéndose al fascismo de la identidad con una virulencia y una amargura de tango a la occidental: Alain Finkielkraut, autor del deprimente y sombrío ensayo “La Identidad Infeliz”. En ese libro, Finkielkraut denunciaba la decrepitud de la identidad francesa golpeada por la modernidad, la inmigración de masa, la no asimilaciónde los extranjeros, “la inseguridad cultural” y la desaparición de “La Francia de Antaño”. Este ensayo anti inmigrados sirvió de bocado exquisito para los sectores más reaccionarios de la derecha y sus cruzadas contra los musulmanes y los extranjeros.

Apenas entró en campaña oficial hace unas semanas, Nicolas Sarkozy reactivó uno de los ejes de su presidencia:la identidad. Recordemos que, cuando ganó las elecciones en 2007, el ex jefe del Estado creó un ministerio de la Inmigración y de la Identidad Nacional y organizó una suerte de debate nacional sobre la identidad que tuvo que ser anulado ante las apabullantes expresiones racistas a que dio lugar. La identidad feliz contra la identidad en peligro, estos dos conceptos diseñan o una Francia apaciguada y que acepta las reglas del juego moderno y el impacto de su propio pasado colonial, o una Francia temerosa, acechada por los demonios que llegan de afuera y obligada a adoptar leyes contra el otro para defender su identidad. Uno, Alain Juppé, habla de “integración”, el otro, Nicolas Sarkozy, de “asimilación”. Lo que está realmente en juego en torno a esta pugna semántica es el lugar que ocupan los musulmanes en Francia y la forma en que el poder político debe posicionarse ante estos franceses y cómo tiene que responder a las tentaciones que el Estado Islámico siembra entre los musulmanes.

En el libro campaña publicado por Sarkozy en agosto pasado, Todo por Francia, el antiguo mandatario se burlaba del concepto de su adversario y de su principal propuesta. Juppé propone ciertas “adaptaciones” o “avenencias” con el Islam por parte de los fundadores de la cultura mayoritaria –Francia– para que quienes llegan se adapten mejor y tengan las mismas posibilidades. Esto podría implicar, por ejemplo, tornar menos exigente la concepción francesa de la laicidad para que los musulmanes se integren con menos dificultades. En estos términos, la identidad feliz de Alain Juppé es casi un atentado a la oda a la identidad que Sarkozy entona en cada mitin. En el libro Todo por Francia, Sarkozy escribió: “no hay identidad feliz cuando miles de franceses nacidos en Francia y educados en Francia llegan a odiar a ese punto su patria. No hay identidad feliz cuando las reglas de la República se ven pisoteadas a ese punto”. Sarkozy no pierde ni una ocasión de anteponer la temática de la identidad a todas las demás y de atacar a los defensores de la integración y de los espacios multiculturales, a quienes califica como “integristas del multiculturalismo” por cuya culpa “Francia desaparece ante sus invitados”.

Sarkozy le hurtó a la extrema derecha una de sus bases narrativas y se instaló en esos suburbios malolientes aprovechando el impacto de los actos de barbarie cometidos en Francia en 2015 y 2016 por los terroristas bajo la influencia del Estado Islámico. Alain Juppé busca evitar que lo encierren en ese debate sobre la identidad y conservar las prerrogativas necesarias para conquistar un electorado de centro y parte de los votos de la izquierda que requiere el acceso a la presidencia en 2017. A Sarkozy, por ahora, le resulta más fructífera la telenovela de la identidad amenazada, el retrato de una Francia cuya “civilización, la nuestra, no puede dejarse imponer prohibiciones alimentarias –el cerdo–, la sumisión de las mujeres, la separación de los sexos”. Esta lógica dura de los sarkozistas es una inversión que arroja consecuentes intereses electorales. No se sabe todavía si su adversario persistirá en defender la línea multicultural, apaciguadora e incluyente ante un electorado inevitablemente espantado por los signos de un Islam demasiado ostensible. Alain Juppé explica que lo que el llama “identidad feliz consiste en conciliar nuestra diversidad y, al mismo tiempo, preservar nuestro bien común: la historia, el idioma”. A esa visión se opone la “identidad realista” de Sarkozy, una suerte de espacio en el cual se prohibirían muchas manifestaciones de la identidades diversas como ocurrió con la prohibición del burkini en ciertas playas de Francia. El ex jefe del Estado también adelantó la idea de crear un “Guantánamo a la francesa” donde se encerraría, sin juicio, a todas las personas sospechosas de tener lazos con el terrorismo o estar “radicalizadas”. A este respecto, Alain Juppé aclaró “no aceptaré un Guantánamo a la francesa”. Esa esa la configuración de la batalla por las primarias de la derecha. Para uno, Sarkozy, el acceso al poder pasa por ahogar a los musulmanes y los extranjeros en un molde patriota y nacionalista, para el otro, Alain Juppé, por aceptar los flujos migratorios y, con ello, los encuentros y desencuentros que inevitablemente acarrean. Dos francias muy disparen se esbozan en el horizonte: la Francia tierra de hastío de Sarkozy, o la Francia tierra de asilo de Juppé.

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Sarkozy saluda después de un acto de campaña en el sudeste de Francia.
 
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