Domingo, 18 de septiembre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por José Paruelo *
Al hacer referencia a “nueva Campaña del Desierto” el ministro de Educación Esteban Bullrich vuelve sobre un tema central en la historia política, social, cultural, económica y también ambiental de Argentina y Latinoamérica. Si bien el exterminio de pueblos originarios fue una práctica generalizada en todo el continente, la denominada “Campaña del desierto” es uno de los casos en donde se buscó darle una dimensión épica y modernizadora a lo que lisa y llanamente fue un genocidio. Un genocidio seguido por flagrantes violaciones a los derechos humanos al reducir a la esclavitud a mujeres, niños y niñas capturados o al confinar en reservas a los grupos que capitulaban.
En la presentación y discusión de este tema se busca naturalizar muchas cosas. Una de ellas es la idea de “desierto”. Obviamente el territorio a ocupar no se trataba de un “desierto” en términos de población humana. Ese aspecto está indisputablemente documentado. Pero tampoco era un desierto en términos de la vegetación que dominaba esa enorme extensión. Justamente no ser un desierto hacía y hace a esas regiones particularmente atractivas para las élites económicas y políticas que financiaron el exterminio de los pueblos mapuche y tehuelche que llevó adelante el general Roca.
El área a “conquistar” incluía bosques de caldén y chañar (en el sur de La Pampa) y lenga (sobre la Cordillera de los Andes) y enormes extensiones de áreas de pastoreo, desde estepas dominadas por pastos y arbustos a praderas húmedas de enorme calidad forrajera (los “mallines”). El área ocupada por verdaderos desiertos era muy pequeña. George Chaworth Musters, un capitán inglés que recorrió la Patagonia casi simultáneamente con la campaña de Roca, documentó el extraordinario valor de esos parajes en su libro “Vida entre los Patagones”. Ese supuesto desierto fue rápidamente apropiado por la élite económica y política (nacional y extranjera), ocupando esas enormes extensiones con majadas ovinas.
La ganadería ovina fue uno de los medios a partir de los cuales extraer una extraordinaria renta de esas tierras. Durante más de medio siglo las existencias ovinas crecieron hasta alcanzar, sólo en la provincia de Chubut, más de seis millones de cabezas. Este proceso generó enormes ganancias a partir de la explotación de los trabajadores rurales (cómo documenta Osvaldo Bayer en “Los vengadores de la Patagonia trágica”) y de los recursos naturales. Ya a fines de 1940 Alberto Soriano, un destacado investigador argentino, advirtió acerca del deterioro de la vegetación en Patagonia debido al pastoreo ovino. Las consecuencias del uso ganadero practicado durante décadas son los gravísimos problemas de deterioro de los ecosistemas patagónicos. Estos se traducen en una desertificación generalizada y en muchos casos irreversible.
Hoy la Patagonia se parece más a un desierto que a mediados del siglo XIX. Las consecuencias ambientales de la campaña de Roca no fueron transformar un desierto (que no existía) sino generarlo. Se trató de una campaña de exterminio y desertificación. La reivindicación acrítica por parte del ministro Esteban Bullrich del espíritu de la campaña de Roca y su vínculo con la educación es, en tal sentido, preocupante.
* Profesor titular UBA, investigador superior del Conicet.
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