EL PAíS

En deuda

 Por Horacio Verbitsky

El contador Néstor Grindetti, gerente full-life del Grupo SOCMA, actual director del Banco Ciudad, presidente de la Fundación Creer y Crecer y preconizado ministro de Hacienda si la Ciudad de Buenos Aires fuera gobernada por Maurizio Macri, dijo durante un reportaje radial la semana pasada que sería razonable actualizar el impuesto inmobiliario (que aún conserva el nombre de ABL, por alumbrado, barrido y limpieza) porque sus valores son hoy los de 2001. Pese a que había advertido que no planeaba hacerlo “de golpe”, Grindetti recibió un furibundo llamado de su empleador y ese mismo día se desdijo: el candidato en persona había tomado la decisión política de no aumentar los impuestos en la Ciudad.

Este populismo tributario de la derecha porteña es comprensible como argumento de campaña pero tiene consecuencias sobre el futuro que conviene desentrañar. En el mismo reportaje, Grindetti sostuvo que debido al déficit que deja la pintoresca Gestión Telerman, una mejora en la recaudación de los impuestos actuales permitiría cubrir los gastos corrientes pero que para la realización de obras públicas el empresario de la construcción Macri podría obtener financiamiento de mediano y de largo plazo. Grindetti explicó que el endeudamiento porteño es bajo en relación con su PIB y su caja y que el financiamiento posible provendría de organismos multilaterales o por la colocación de bonos en los mercados. Esto indica que antes de asumir, Macri ya está programando la deuda que dejará a las próximas administraciones y/o generaciones porteñas, y también en qué gastarla. No hace falta explicar quién la pagará.

Según el tributarista Jorge Gaggero, quien colaboró en este rubro con el equipo de campaña de Daniel Filmus, Buenos Aires tiene una estructura tributaria regresiva y un sistema subexplotado, con suficiente potencial contributivo como para explorar otras avenidas. La valuación fiscal promedio de los inmuebles de la Ciudad es de apenas el 20 por ciento de su valor de mercado, cuando la norma internacional es que ambos se aproximen todo lo posible. Pero además, la distribución de este retraso según el patrimonio relativo es muy regresiva: en los barrios más prósperos de la zona norte los valores de mercado han crecido a la par de las mejoras introducidas por el Estado y la valuación fiscal es minúscula. En cambio en las zonas empobrecidas del sur (por ejemplo un barrio de clase media junto al que ha crecido una villa que hace veinte años no existía) el valor de mercado ha caído y la valuación fiscal lo supera en hasta un 30 por ciento. Es decir, paga menos el que más tiene, y a la inversa. “En Buenos Aires una posición a favor de los intereses populares tiene que unir el objetivo de la seriedad fiscal, con una buena administración para lograr cuentas equilibradas hasta donde deben estarlo, con una reducción de costos corrientes y de capital y una fuerte redistribución, vía la estructura del gasto, que hay que aumentar en inversión, y la estructura de los ingresos”, sostiene Gaggero.

Macri ya había anticipado cuál sería su conducta como posible gobernante, con el proyecto que su partido impulsó en la Legislatura, que premia con un descuento del 20 por ciento a los pagadores puntuales del ABL, es decir a aquellos con mayores recursos y que pagan sobre una valuación ínfima de sus propiedades, como es el caso del propio Macri.

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