Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
Por Alejandra Dandan
Desde Pinamar
“El tipo es honesto, es un profesor”. Rubén Villalobos acaba de detenerse en la arena después de recorrer varios kilómetros de playa. Con el termo en la mano, cada tanto se para ante alguna de las carpas donde alguien le comenta algo mientras le pide un vaso de café. Villalobos es uno de los vendedores ambulantes de la playa, un hombre entrecano que sigue parado en el balneario mientras improvisa como puede una defensa de vocación. Habla del profesor como de un ser conocido, de su casa de familia pobre en Valeria del Mar, de las madrugadas en las puertas de un bingo adonde algunas noches pasea con su mujer, y de que no le dieron tiempo, dice, porque cuando iba a empezar a hacer las cosas lo dejaron sin red.
Así, donde está parado con su termo de café caliente, la voz de Villalobos parece acercar aquellas otras voces de los márgenes, las que se escuchan entre los sectores más populares donde se hace más férrea la defensa del profesor.
Juan Domingo López probablemente sea peronista, lleva un carrito de chapones enlazado en el cuerpo desde donde vende unos choclos. También él apenas ve al otro se queda detenido en la punta de una playa, como si de pronto las voces de cada uno fueran necesarias para detener algo. Mientras apoya el carro en la arena, baja el cuerpo y descansa, no dice mucho pero sí habla de las comisiones, de cuánto les costaba a los vendedores ambulantes cada día de playa mientras estaba Blas Altieri y cómo son las cosas ahora. “Antes, la policía se llevaba todas las cosas que vendíamos, si no preguntales a los que venían de afuera, y encima cuando volvías al centro te encontrabas a la policía con esos lentes de sol.”
Detrás de ellos, entre las carpas que se van abriendo camino por las explanadas blancas de las playas, están las terrazas de uno de los balnearios de moda. Dentro de las paredes trasparentes del parador, almuerza uno de los hombres fuertes del mundo político, dueño del balneario, presidente del Concejo Deliberante y el que puede quedarse con el sillón del intendente en los próximos días por la línea de sucesión.
De eso habla el ingeniero Pirronello, uno de los hombres que toman sol, pecho en alto y parado metros más abajo sobre la playa. Pirronello está acostumbrado a pasarse los veranos en otro lado, en Mar del Plata, donde las cosas, dice, son más populares. Ahora, sigue las idas y vueltas de la trenza política que va metiendo adentro a los que llegan, a los que buscan quedarse afuera, a los que no quieren saber y no quieren estar. Como en un colectivo poderoso donde lo que los va agrupando es la fatídica fascinación del poder.
“Le juro que ayer terminé horrorizado”, dice el ingeniero mientras va contando los resultados de una larga noche en el casino. Alrededor de su mesa, los vecinos de carpa iban jugando una a una todas sus fichas con apuestas que llegaban a los dos y tres mil pesos por ración. “¡¡Yo no podía creerlo!! No podía jugar más de quinientos pesos, y eso ya me parecía un disparate.” Esa era la gente, dice, que escuchó indignada, aquellos que estaban indignados de verdad por el escándalo.
A varios metros, el que está echado en la arena es otro empresario de la salud. Se sienta, extiende el cuerpo y saca cuentas sobre presentes y ausentes en estas playas. Es uno de los que estos días estuvieron siguiendo atentamente lo que iba sucediendo con las noticias de Porretti y el escándalo a través de los medios. Es uno de los que saben, por ejemplo, que alguno de sus compañeros de carpa del año pasado este año no está y no es que se fueron sino que estaban ahí, en cámara, entre los acusados del lado de los malos.
Arriba y abajo los que siguen son más nombres de gerentes de empresas, profesionales, directores de un diario, ingenieros, odontólogas, amas de casa. Allí, en un costado debajo de las carpas, dos de ellos leen el diario. Marcos es médico, Julieta es maestra. Marcos todavía no leyó la página de Pinamar, pero más temprano se paró en un kiosco de diarios preguntando por dónde estaba la Municipalidad, aunque dice que no buscaba convertirse en un voyeur del revuelto político sino sacar plata del cajero de enfrente.
“Parece que Pinamar –dice– siempre es el eje de las pruebas políticas que puede haber en el peronismo: Yabrán, Cabezas y ahora las peleas entre los dos grandes popes del PJ se lidian acá. ¿O no es una interna entre los K y el duhaldismo?”
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