SOCIEDAD › ENTREVISTA A EVA GIBERTI SOBRE SU NUEVO LIBRO ACERCA DEL INCESTO

El delito silenciado

La reconocida psicoanalista acaba de publicar Incesto paterno/filial. Una visión desde el género (Noveduc), donde analiza el fenómeno de los padres que abusan sexualmente de sus hijas, las consecuencias para las víctimas y los argumentos que suele usar la Justicia para evitar la sanción a los victimarios. Desarma los mitos en torno del tema, advierte que se debe evaluar el incesto paterno-filial desde una mirada de género y propone crear una nueva figura jurídica.

 Por Mariana Carbajal

Padres que abusan sexualmente de sus hijas, que las violan cuando son niñas y las obligan al silencio. De ese tema, tan brutal y a la vez tan difícil de digerir, se ocupa Eva Giberti en su nuevo libro, Incesto paterno/filial. Una visión desde el género (Noveduc), donde analiza los diversos argumentos que suelen usarse desde la Justicia y el derecho para evitar la sanción de los padres incestuosos, y al mismo tiempo se sumerge en la mirada del psicoanálisis y en los daños que quedan en las víctimas, entre otros enfoques. La gravedad de este delito, cuyas consecuencias se producen no sólo durante la niñez y la adolescencia, también en la adultez, “constituye un ataque preciso al género mujer y corresponde que sea estudiado desde la perspectiva de género”, advierte Giberti y reclama una calificación jurídica propia superadora de la tipificación actual del Código Penal, donde el delito queda subsumido en figuras que no lo nombran como tal. “Tiene que tener una clasificación especial, como sucedió con el femicidio, que sobrepasa el homicidio”, señaló Giberti en una entrevista a Página/12.

En la charla, la autora, reconocida por su amplísimo trabajo contra las violencias hacia las mujeres, desarma mitos que todavía persisten sobre el incesto, como que afecta fundamentalmente a familias marginales, cuestiona el aval que ciertos jueces y comunicadores le dan al falso Síndrome de Alienación Parental conocido como SAP, y recomienda a la prensa no tildar de “monstruos” a los padres que abusan de sus hijas. “Clasificarlos como monstruos es una trampa cultural que se utiliza buscando disimular la frecuencia del incesto. Un monstruo es un ser que tiene alguna anormalidad impropia del orden natural y es de apariencia temible. La ciudadanía no está repleta de monstruos, pero sí de padres incestuosos. Los padres incestuosos son sujetos convencidos de sus derechos como varones, potenciados por su paternidad. Suponen y deciden que pueden disponer del cuerpo de sus hijas porque son parte de su propiedad natural: si la engendró, tiene derecho sobre ella. Más aún, algunos afirman que es una manera de iniciarla sexualmente”, señaló Giberti.

Diversas investigaciones han mostrado que el incesto ocurre con mucha más frecuencia de la que se denuncia en la Justicia. Todavía es un delito silenciado. Giberti ha contribuido enormemente a visibilizarlo. En realidad, el original del libro se escribió en 1999. En aquel momento participaron otros expertos, entre ellos el abogado Silvio Lamberti, que tuvo a su cargo el enfoque jurídico del tema. Giberti se ocupó de la dirección del volumen además de escribir un extenso capítulo. “El libro se agotó, y durante años recibí solicitudes para volver a editarlo de alumnos y docentes de diversas facultades así como de profesionales interesados en el tema. No fue posible por distintos motivos editoriales y entonces decidí separar el capítulo que yo había escrito para formar un nuevo volumen al que le añadí algunas breves perspectivas”, detalló la autora, doctora en psicología, docente en el Posgrado de Psicología Forense de la UCES, titular de la cátedra abierta Violencia de Género de la Universidad Nacional de Misiones y coordinadora del Programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, desde 2006.

–¿Qué implica analizar el tema incesto paterno/filial desde una mirada de género?

–Discernir entre el género mujer y el género varón, evidenciando el ejercicio despótico del poder de los varones contra sus hijas niñas o adolescentes. Es el paradigma de la violencia entre los géneros, no sólo grave en cuanto el delito en sí, sino también porque genera un sometimiento de la niña posicionándola como una mujer sometida al varón desde los comienzos de su desarrollo sexual, interfiriendo en su evolución. Además de privarla de la palabra mediante la obligación del silencio y comprometiéndola moralmente con la promesa del secreto.

–Desde aquella primera publicación a la actualidad pasaron quince años. ¿Qué observa que cambió en relación con el abordaje del tema? ¿Se denuncia más el incesto? ¿Se condena más?

–No tenemos estadísticas suficientes. Pero sí sabemos que en las ciudades capitales o ciudades grandes se denuncia en alguna oportunidad. En áreas campesinas ignoramos cómo se procede, con alguna excepción. Puedo conjeturar que cambió poco si lo comparo con lo que se esperaría que sucediese.

–Me sorprendió un fallo judicial que usted menciona, de 1961, que valora que el padre había violado a la hija de doce años sin violencia y habla de que el hombre la había iniciado “en los secretos de alcoba”. ¿Cambió esa mirada de la Justicia sobre este delito tan aberrante?

–Ignoro si cambiaron las ideologías de todos los jueces que eran capaces de pensar de ese modo. Pero la información y sensibilización que permanentemente se tramita en el ámbito del derecho no garantiza que exista un cambio de mentalidad, exceptuando a aquellos jueces que han comenzado a pensar en términos de género.

–¿Hay mujeres que nunca llegan a denunciar el incesto que sufrieron en su infancia?

–La experiencia tanto institucional como la que proviene de mi consultorio me enfrentan con situaciones en las que personas adultas rememoran prácticas incestuosas padecidas durante su niñez acerca de las cuales no habían logrado hablar con persona alguna. Surgen los recuerdos, a veces con claridad, en otras oportunidades enturbiados por los años, pero siempre con el común denominador de la opresión padecida por el secreto. Mujeres adultas que recuerdan con repugnancia y con vergüenza –aun siendo ya adultas– los hechos de los que habían sido víctimas y paulatinamente logran narrar porciones de aquellos recuerdos. No dudan en darse cuenta de qué modo esas historias habían influenciado en el desarrollo de su vida sexual, sus dificultades, sus resistencias, sus ascos y sus temores en relación con los hombres. El oprobio que les había significado mantener en silencio los hechos, y al mismo tiempo, la indignación al pensar que había sido su padre el responsable de tales sufrimientos.

–Todavía persiste la falsa creencia de que se trata de un delito más común entre los sectores pobres y que responde a problemas de hacinamiento o promiscuidad. ¿Por qué piensa que cuesta creer que sea también una práctica delictiva presente entre sectores medios y altos?

–El incesto paterno-filial se encuentra en todas las clases sociales. Se supone que las denominadas clases altas son garantía de las conductas correctas, lo cual es falso. Algunos textos escritos por víctimas provienen de las clases altas.

–Claro, como el de la escritora inglesa Carolyn Slaughter, que usted menciona, que contó ya de adulta que fue abusada sexualmente por su padre, un funcionario del Imperio Británico, con el silencio de su madre y su hermana mayor, que sabían del incesto. ¿Por qué se da esa complicidad silenciosa del entorno familiar?

–Porque existe la idea de una sagrada familia que no debe dañarse con la verdad de los hechos. Una familia con un padre incestuoso también conforma una familia que abarca la perversión de sus miembros o bien el deseo extremo de lograr mantener la estabilidad económica que se alteraría con una denuncia desencadenante de una acción penal.

–En los últimos años se conocieron algunos casos de incesto que se justificaban como práctica cultural en algunas etnias del país... ¿qué opina al respecto?

–La discusión con algunos antropólogos que defienden esta práctica por razones “culturales” conduce a preguntarse por el estado de la niña, por su aceptación sometida a una experiencia que sobrepasa su cuerpo y su deseo y que debe soportar porque así lo indica el mandato ritual. En nuestro país las etnias indígenas responden a la Convención Internacional de los Derechos del Niño y a un Código Penal, es decir, la prioridad es el bienestar de las niñas y sus derechos y no las imposiciones culturales.

–Hay numerosos casos de denuncias de incesto de parte de niñas que han sido desestimadas por la Justicia porque los jueces no les creen...

–En este libro me ocupo especialmente de la verosimilitud de las declaraciones de las niñas. Lo verosímil es algo de cuya veracidad no hay razón para dudar lo que no significa que sea cierto, es lo plausible, creíble. La ausencia de información acerca de la teoría de las ficciones y la verosimilitud constituye una carencia importante por parte de los jueces cuando deben sentenciar y creerle a la niña. Cito aquellos historiales en los que fue necesario que el juez contara con la prueba del ADN de la criatura engendrada por el padre para convencerse de la verdad de los dichos de la víctima. Es frecuente encontrar resistencia en el tribunal cuando la niña cuenta lo sucedido, aun en Cámara Gesell y con evidencias contundentes existe una notoria resistencia por parte de los magistrados para creerle a la niña.

–¿Por qué les cuesta a los jueces creerles a las niñas que expresan que han sido abusadas por sus padres?

–Cuesta tanto creerles a las niñas porque las comunidades no están dispuestas a dejar caer la admiración que se tiene hacia los varones como jefes de familia, el pater, el sujeto nutricio, la figura que mucha gente precisa para adorarla como garante de la seguridad y sostén de las mujeres. Y llega una niña y desbarata todo dejando a la vista que estos sujetos además de delincuentes son capaces de dañar a su prole para satisfacer su afán de poder. Ese perfil de estos varones es muy difícil instalarlo. Llevamos siglos en otro sentido, admirándolos por ser varones. Esa admiración precisa mantenerse. Reconocerlos incestuosos no les dejan margen para la decencia.

–¿Qué estrategias utilizan los padres incestuosos para silenciar a sus víctimas?

–Utilizan diversas estrategias para lograr que la niña sobrelleve la violación. Desde decirle “todos los papás hacen esto con sus hijitas” hasta afirmarle que “es un secreto entre los dos” porque se quieren mucho y que no debe comentarlo con ninguna persona; sobre todo no debe contárselo a su mamá. En un primer momento, la niña no se sobresalta ante las caricias del padre y no desconfía, hasta la situación en que reconoce la irregularidad del procedimiento y registra su dolor físico. Las niñas recuerdan con terror “el momento de la noche cuando yo sabía que muy tarde él iba a aparecer... No me podía dormir hasta que él llegaba y cuando me tocaba yo sentía mucho miedo porque sabía lo que me iba a hacer...”.

–Cada vez que trasciende en los medios el caso de algún hombre que abusó sexualmente durante años de una o más hijas, con las cuales tuvo varios hijos, ciertos noticieros de televisión y alguna prensa suelen tildarlos de “chacales” o “monstruos”. ¿Son monstruos u hombres comunes que se creen con derecho a someter a sus hijas?

–Clasificarlos como monstruos es una trampa cultural que se utiliza buscando disimular la frecuencia del incesto. Un monstruo es un ser que tiene alguna anormalidad impropia del orden natural y es de apariencia temible. La ciudadanía no está repleta de monstruos pero sí de padres incestuosos. Los chacales padecen un prejuicio dado que cumplen con su función ecológica cuando se ocupan de una presa. Los padres incestuosos son sujetos convencidos de sus derechos como varones, potenciados por su paternidad. Suponen y deciden que pueden disponer del cuerpo de sus hijas porque son parte de su propiedad natural: si la engendró, tiene derecho sobre ella. Más aún, algunos afirman que es una manera de iniciarla sexualmente.

–Un aspecto nuevo en torno del tema de los últimos años es la aparición del falso Síndrome de Alienación Parental conocido como SAP, que sostiene que las madres les lavan el cerebro a sus hijas para denunciar que su papá las abusaba sexualmente, sobre todo en el marco de divorcios contradictorios. ¿Qué opina al respecto?

–El SAP ha aparecido como estrategia para frenar el impulso que socialmente habían tomado los temas vinculados con el incesto y abuso sexual contra niños y niñas. Surge cuando se inician campañas contra tales delitos, sumadas a la aparición de grupos de madres que denunciaban. El feminismo lideró algunas de esas campañas. Determinadas ideologías que comparten algunos jueces, psicólogos, abogados y un segmento de la población tienen como finalidad la idealización del varón y la sacralización de sus derechos. Pueden ser mujeres o varones que disfrutan con el ejercicio de un poder que avasalla las narraciones de las niñas y adolescentes; suponen que es sencillo “lavarles el cerebro”, lo cual supone una afrenta a las víctimas.

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Imagen: Guadalupe Lombardo
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