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El cuento por su autor

Desde hace dos días estoy ante la instancia perturbadora de arreglar la biblioteca. Con todos los libros en el suelo medito sobre el criterio más adecuado para ordenarlos. ¿Por género? Es un hecho que me gusta tener todos los cuentos juntos, los libros de poemas, el teatro, pero también me gusta tener en un mismo bloque los libros de Thomas Mann. ¿Por autor y con orden alfabético? Pero necesito tener reunida a la literatura argentina. ¿Por nacionalidad tal vez? ¿Y dónde lo ubico a Kafka?, ¿en literatura alemana o en literatura checa? Eso para no hablar de los libros muy altos, que no caben en ningún estante, o de los que son especie única y no se avienen a ningún criterio.

Después de varias horas de no llegar a ninguna conclusión, y harta de seguir con los libros en el suelo –lo que me complicaba la vida en más de un aspecto–, me dije, ¡basta!, los pongo como caigan y después me las arreglo para encontrarlos. Fue entonces que se me cruzó: todo anhelo de perfección conduce a la parálisis o al caos. Ahí mismo supe que esa idea guardaba el germen de un cuento. Luego vinieron mutaciones, traslados, el recuerdo de algún episodio vivido, alguna invención afortunada, esa alquimia azarosa y feliz que a veces transforma una idea en un cuento. ¿La biblioteca? Sigue en estado dinámico de desorden.