Domingo, 24 de enero de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Alfredo Zaiat
El corresponsal de la agencia Al Jazeera en inglés en San Pablo, Brasil, Gabriel Elizondo, publicó un tuit en su cuenta consignando tres años (2009, 2013 y 2016) y tres correspondientes tapas de la revista conservadora inglesa The Economist (que ilustran esta columna). Resulta una oportuna advertencia al fervor que círculos del poder económico local e internacional manifiestan con la estrategia económica del gobierno de Mauricio Macri. Esa secuencia temporal con Brasil refleja el inicial entusiasmo desbordante del mercado financiero global cuando la potencia regional parecía que se convertiría en un jugador principal de la economía mundial. Luego las dudas sobre ese despegue y finalmente la caída en una fuerte recesión que aún no irradia signos de terminar. El recorrido de país vedette del mercado hasta la caída en desgracia no necesariamente vaya a repetirse con Argentina, aunque el sendero económico emprendido por el macrismo lo hace probable. No implicaría tampoco en este último caso que la velocidad hasta el desenlace en frustración sea el mismo que el brasileño. Puede ser más rápido. Dependerá de la magnitud del endeudamiento externo y de cuál será la dinámica del desfavorable contexto externo. Por ahora no se han manifestado señales alentadoras en esos dos frentes para eludir el camino brasileño ni para que no se aceleren esos tiempos.
En 2011 comenzó una etapa de descenso en el ciclo mundial de precios de las materias primas sin todavía indicios firmes de una reversión de esa tendencia. Una de las explicaciones de ese comportamiento es que la economía de China está desacelerándose a medida que se produce la transición de su modo de acumulación basado en la inversión y manufacturas de exportación al de consumo interno y servicios. El impacto negativo en la economía mundial derivado del menor ritmo de crecimiento de China, por vía de la disminución de sus importaciones y la menor demanda de materias primas, ha sido mucho más intenso del previsto por analistas internacionales y organismos multilaterales de crédito.
Brasil en prolongada recesión y China con una tasa de crecimiento más baja pone límites a la apuesta del macrismo a que la inversión privada y la exportación sean factores de impulso de la economía. El marco global es de un comercio internacional muy débil que se ha desacelerado en relación con el crecimiento del PIB mundial. Optar además por una relación geopolítica subordinada a las viejas potencias (Estados Unidos y Europa), como desplegó el presidente Macri en su participación en el Foro de Davos, no se traducirá en beneficios en términos económicos. Es lo que dice, con una mirada global, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Maury Obstfeld, en una reciente entrevista publicada en el boletín de esa institución: “Ver el mundo desde una óptica basada predominantemente en las economías avanzadas es algo que está cada vez más pasado de moda”. Propone en cambio concentrarse en el estudio de las economías emergentes y en desarrollo. El motivo que expone para orientar hacia esa dirección es que en la década de 1980 esas economías representaban alrededor del 36 por ciento del PIB mundial (medido en función de la paridad del poder adquisitivo –PPA–) y aproximadamente un 43 por ciento del crecimiento del PIB mundial (ponderado en función de la PPA). Para 2010-2015 esas cifras pasaron a ser 56 y 79 por ciento, respectivamente.
La política exterior en materia económica del gobierno colisiona con economías desarrolladas estancadas y perdiendo participación en el motor del crecimiento del PIB mundial, y con una fase descendente del ciclo global de las materias primas. Esto último restringe la expansión del sector más beneficiado por el macrismo con la fuerte devaluación, eliminación de retenciones (en el caso de la soja, una reducción de cinco puntos porcentuales) y liberación de exportaciones. La economista Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, publicó “La montaña rusa de las materias primas” en Proyect Syndicate, advirtiendo que la actual caída acumula un retroceso del 30 por ciento promedio (excluyendo al petróleo, la baja es del 25 por ciento). El retroceso es mayor por el derrumbe del crudo en la última semana. Explica que desde fines del siglo XVIII, se han producido ocho auges de los precios de las materias primas no petroleras en relación al precio de los productos manufacturados. Dice que esos auges duraron siete a ocho años, aunque el que comenzó en 1933 se prolongó casi dos décadas. Esto se debió primero a situaciones excepcionales como la Segunda Guerra Mundial y luego a la reconstrucción de posguerra de Europa y Japón, así como al rápido crecimiento económico de Estados Unidos. Reinhart precisa que el último auge comenzó en 2004 y terminó en 2011. Señala que los colapsos de los precios de los commodities también tienen una duración similar, unos siete años en promedio.
La actual fase negativa del ciclo global de materias primas esta empezando su quinto año y Reinhart especula acerca de si se cumplirá el período histórico del ciclo (hasta 2018) o se extenderá. Es un aspecto fundamental para estimar la proyección de la economía (y la política) argentina para las próximos años porque desde que comenzó el actual desplome hace cuatro años, Reinhart indica que la actividad económica para muchos exportadores de materias primas se ha desacelerado notablemente, sus monedas han caído después de casi una década de relativa estabilidad, los diferenciales de tasas de interés se han ampliado y los flujos de capital se han agotado.
La clave principal para evaluar las perspectivas del mercado de materias primas es China. Si la desaceleración del crecimiento de su economía persiste –como suele suceder puesto que esos retrocesos se producen luego de fuertes incrementos de la inversión privada y pública y que están alimentados por sobreendeudamientos, indica Reinhart–, la caída de los precios probablemente continúe, ya que ninguna otra economía es capaz de revertir esa merma de demanda de commodities.
En esta etapa del ciclo de las materias primas, los precios se mantienen a la baja además porque empiezan a madurar inversiones, decididas en el período de auge, entonces la mayor oferta presionará en ese sentido. Los países exportadores de commodities a la vez fomentan la salida exportadora para compensar el menor ingreso de divisas por la caída de precios, aumentando aún más la oferta. Esta ha sido la elección del macrismo con el estímulo al sector agropecuario con la fuerte devaluación, la eliminación de retenciones y liberación del comercio exterior. El comportamiento del mercado mundial de petróleo es un ejemplo claro de esa tendencia, además de factores geopolíticos centrales que definen el precio del crudo. Reinhart concluye que “este recorrido de montaña rusa de los precios de las materias primas probablemente no haya terminado aún. Si bien no podemos saber con certeza lo que sucederá, sería prudente prepararse para otra caída y hacer lo posible para no estrellarnos”.
A la gestión económica de Macri no se le debe cargar los coletazos que genera ese contexto internacional negativo, aunque sí es responsable de amortiguar esos costos. La ortodoxia del actual equipo económico con el esquema de Metas de Inflación, y del aún más ortodoxo que está esperando en el Banco (de suplente) Nación, sólo amplificará esos costos. La promoción de la apertura económica con el solo objetivo de contener un poco la tasa de inflación, y postular a la inversión privada como motor de aceleración del Producto desplazando a la demanda interna, no actuará de dique de contención frente a una economía mundial que no colaborará para fomentar el crecimiento, y menos aún por la caída de Brasil. En lugar de aplicar medidas contracíclicas, el equipo liderado por Alfonso Prat-Gay ha elegido un sendero que agudizará las tendencias desestabilizadoras provenientes del exterior.
El inédito apagón estadístico del Indec-Todesca, el amarillo que ha teñido a gran parte de los economistas mediáticos y la captación de economistasconsultores para ocupar cargos públicos en el gobierno le permiten al macrismo seguir en la construcción del sentido sobre la interpretación de cuestiones económicas y en la configuración de un escenario que ignora esos factores externos perturbadores que condicionarán el recorrido de la economía. Tanto es así que el principal debate que tienen al interior de esa comunidad es acerca de la mayor o menor intensidad del ajuste fiscal.
El informe del 18 de enero de la consultora de Carlos Melconian, ahora bajo la exclusiva conducción de Rodolfo Santángelo, quien publicó el miércoles pasado en Clarín las ideas centrales de ese reporte, refleja esa disputa en el macrismo sobre la velocidad del ajuste y sus consecuencias. En síntesis, considera que las metas fiscales y de inflación presentadas por Prat-Gay son muy difíciles de cumplir. Destaca el objetivo de llevar el déficit fiscal primario a cero y bajar la inflación a un solo dígito en 2019 porque “significa un giro de 180 grados respecto al hacer macroeconómico del gobierno anterior”. Pero las inquietudes asoman en el corto plazo, indica Santángelo, debido a que el recorte previsto del déficit en este año se queda corto y, por lo tanto, estima que luce una meta muy exigente la tasa de inflación proyectada del 20 al 25 por ciento. Calcula que el piso de la inflación será del 30 por ciento. Aquí aparece el espejo de Brasil. Santángelo explica que “con metas fiscales modestas y metas de inflación súper exigentes como las de 2016, no pueden desatenderse las lecciones que está dejando Brasil”. Señala que durante varios años, la banca central de Brasil mantuvo la tasa de inflación dentro de la meta de un dígito anual bajo a pesar de que el Tesoro fue teniendo cada vez un mayor déficit fiscal. Ese resultado fue a costa de aplicar una política monetaria muy dura de tasas de interés muy altas. Pero con tasas tan altas, los pagos de intereses de la deuda pública del Tesoro y el déficit fiscal explotaron, la economía entró en una profunda recesión, Brasil perdió el grado de inversión y al final el Banco Central igual empezó a incumplir sistemáticamente la meta de inflación. “La moraleja es que a la corta o a la larga, con déficit fiscales tan elevados es muy difícil apuntar a tasas de inflación de un dígito anual bajo”, concluye Santángelo.
El banco de suplente le está diciendo al director técnico que el equipo titular tiene que hacer más ajuste fiscal si quiere bajar la inflación.
Lo que no le dicen unos y otros es que por cualquiera de esos dos caminos el recorrido de la economía sería similar al que ilustró desilusionada The Economist para la brasileña.
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