Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Claudio Uriarte
En 1973, el entonces presidente Richard Nixon realizó una histórica visita a la China de Mao Tse Tung que capitalizaría el cisma comunista sinosoviético para atraer a Pekín a su favor y empezar a dar vuelta las tablas en la Guerra Fría que se vivía. En 2006, 33 años después, y con la Guerra Fría terminada en favor de la hoy superpotencia única, George W. Bush ensayó esta semana lo que básicamente es la misma maniobra apuntalando a India contra lo que ampliamente se percibe que será la superpotencia rival en los próximos 25 años: China. Esa aparente paradoja no debería sorprender, porque los tiempos cambian, el aliado de ayer es el adversario de hoy y –para decirlo en las frías palabras del presidente Harry Truman- “Estados Unidos no tiene amigos permanentes, sólo tiene intereses permanentes”. Pero además, hay un cúmulo de factores previos que volvían este acuerdo –que incluye cooperación nuclear para uso civil y ayuda militar convencional, pese a que India no firmó el Tratado de No Proliferación y ha detonado cinco bombas nucleares– como prácticamente inevitable. Veamos algunos de ellos.
El acuerdo tiene dos dimensiones, militar y económica. Desde el punto de vista militar, es fácil ver la lógica que lo preside. Pese a las manifestaciones antinorteamericanas que capturaron la atención de los medios, y que estuvieron integradas en gran parte por la minoría musulmana y pequeños partidos de izquierda, India es el segundo país del mundo donde EE.UU. tiene imagen más positiva (el primero es Polonia). India comparte una extensa frontera común con China –que está modernizando sus Fuerzas Armadas– y con Pakistán –que también detonó artefactos nucleares, es el vivero del islamismo radicalizado, se cree que podía ser el escondite de Osama bin Laden y es un aliado poco confiable en la guerra antiterrorista–. Por lo demás, reconocerle a India su status nuclear es reconocer lo inevitable: lo que se ha inventado no se puede desinventar. Pero, dirán los críticos, de los 22 reactores nucleares indios, EE.UU., a cambio de suministrar tecnología y combustible, ha obtenido la capacidad de controlar 14; ¿qué pasa con los otros ocho? Esta es la clave: EE.UU. ha aceptado, y aun promovido, que esos reactores se dediquen a la industria militar india, convirtiendo por lo tanto a India en un nuevo miembro del “club nuclear” integrado hasta ahora sólo por EE.UU., Rusia, China, Gran Bretaña y Francia. De hecho, se cree que India formaría parte del dispositivo militar que se está preparando para bombardear las instalaciones nucleares iraníes, más temprano que tarde. De este modo, cobra sentido el anuncio, formulado por el Pentágono horas después del acuerdo nuclear, de que el gobierno de Nueva Delhi podrá comprar armamento sofisticado, aviones de combate F-16 y F-18, helicópteros, lanchas patrulleras y buques, que EE.UU. le suministrará “las tecnologías que requiera” y que “la propuesta también tendrá en cuenta los intereses indios en transferencia tecnológica y en coproducción local”. Es todo un giro copernicano desde los tiempos de la Guerra Fría, en que India estaba más o menos alineada con la URSS y Estados Unidos respaldaba a un Pakistán que, en los ’80, se convirtió en santuario de los guerrilleros que derrocarían la ocupación soviética de Afganistán, y de cuyas filas saldría un tal Bin Laden. Precisamente, después del 11-S las relaciones militares entre EE.UU. en India se reforzaron, y desde 2002 los dos ejércitos empezaron a desarrollar maniobras conjuntas, incluyendo operaciones de contrainsurgencia y de mantenimiento de la paz.
Desde el punto de vista económico, la lógica del acuerdo debería ser aún más obvia. India es una de las dos economías (la otra es China) cuyo crecimiento acelerado y demandas energéticas en alza están manteniendo el precio del petróleo por encima del peligroso listón de los 60 dólares por barril; desesperadamente necesita energía nuclear para fines pacíficos, y en este sentido es el exacto opuesto de Irán, que justifica su programa nuclear con este argumento mientras está sentado sobre algunas de las reservas petroleras y gasíferas más grandes del mundo. India es además uno de los países con mayores niveles de educación informática y uno de los principales beneficiarios de la exportación de puestos de trabajo en informática por EE.UU. y otros países. Es un vastísimo mercado para las empresas estadounidenses –aunque la mayoría de sus habitantes vivan con menos de un dólar por día– y uno de los países de desarrollo más rápido. Después de un año y pico de traspiés en política exterior e interior, George W. parece esta vez haber dado en la tecla en el tono de los “intereses permanentes” de su país.
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