Domingo, 24 de enero de 2016 | Hoy
EL PAíS › LA VIDA DE LA TUPAC AMARU, EN PRIMERA PERSONA
Página/12 viajó a Jujuy y recogió testimonios de cuatro miembros de la organización social que conduce Milagro Sala, detenida esta semana por una denuncia del gobernador radical Gerardo Morales.
Producción: Miguel Jorquera.
“Me crié trabajando de niñera, cuidando niños, de moza, en los negocios, en la temporada turística de la zona como patrimonio de la humanidad. Ahí, o sos sirvienta, mucama o para trabajar para alguien. Siempre tuve aspiraciones a más y en la Tupac me sentí fortalecida: encontré amigos, compañeros, que me ayudaron cuando más lo necesitaba.” Doris Ivone Mamani tiene apenas 30 años y lleva 16 con idas desafortunadas y vueltas, ligada a la Tupac desde sus días de adolescente en Maimará. Se distanció de la “organización”, en la búsqueda de formar una familia pero se encontró con un hijo recién nacido y un marido golpeador. La casa familiar volvió a darle “refugio”. La AUH la ayudó económicamente “porque con los abogados que te da el Estado no podes sacarle un peso a un padre que no tiene trabajo en blanco”.
Regresó a la Tupac: “Para mí esto es una gran familia, yo me encontré como mujer de nuevo, aprendí a trabajar y entendí que si yo puedo hacer casas puedo hacer muchas cosas más”. Como todos sus cooperativistas aprendió el oficio de constructor. “Sé como hacer un adobe, cómo techar una casa, como hacer su cimientos a flor de tierra. Por ahí las mujeres somos mejores para los detalles: revocar, poner cerámico. Esas cosas me fortalecieron mucho y a mi hijo, lo crié enseñándole donde estamos, como estamos, que hacemos.”
“Milagro en lo único que nos presionaba es para que no abandonáramos nuestros sueños y siempre nos obligó a estudiar. Esas fueron las dos presiones que nos impuso.” Doris terminó el secundario en el anexo de la escuela Germán Abdala que la Tupac “bajó a Maimará”. Pero no pudo terminar el profesorado de Inglés en su pueblo. Un grupo de cinco mujeres y un hombre la encerraron en el baño de “un baile” y le dieron una brutal paliza “por tupaquera”. Doris ya era una de las referentes de la Tupac Amaru. Nadie la ayudó, la policía no quiso tomarle la denuncia aunque estaba destrozada y quería que su amiga, a la que también golpearon, la abandonara. En el hospital pidió desesperada que le hicieran el dosaje de alcohol y drogas para demostrar que no se trató de una refriega cualquiera. Ahora está en San Salvador como “persona protegida” y una orden de restricción judicial para que sus atacantes no se le puedan acercar.
“Me indigna la discriminación, de cómo divide este odio a los jujeños, la marcan a Milagro como responsable, asesina, todo por haber ayudado a personas, que para muchos no se lo merecían, o por haberle dado cobijo a drogadictos, alcohólicos, ahora nos tratan a todos como eso. Nos marcan de eso, porque esta organización ha contenido a esa gente. Acá hay mujeres, que en vez de estar allá en Almirante Brown (la zona roja de la capital jujeña) prostituyéndose, están acá, laburando. Recorres esta plaza (Belgrano, de ‘la carpeada’), donde cada uno de las personas, los acampantes es un mundo, al que Milagro lo ayudó y lo contuvo”, dice y no puede contener las lágrimas, pero se repone.
“Esa fue mi gran batalla en la vida. Me enamoré demasiado de esta organización desde que entendí que no puedo salir solo yo adelante sino que debemos salir todos. Y no solamente de palabra: estaban los comedores, las copas de leche en los que todos colaborábamos.”
Doris no escapa a la discusión política, porque en la Tupac “todas somos personas conscientes, que sí sabemos hablar de política, sí sabemos de hablar de economía, de dónde venimos y porqué estamos acá”. “Así como aprendimos el 25 de noviembre, que en democracia él (Morales) es gobierno, el tiene que entender también que la Tupac existe. Nosotros la elegimos a Milagro, no por presión, sino porque la conocemos: desde compartir un plato de comida o estar en el velorio porque un compañero se ha quedado sin su mujer o su marido o su madre viendo qué ha pasado, qué le falta. O el que tuvo un accidente y la Flaca a las 3 de la mañana está hablando por teléfono o yendo para tratar de solucionar el problema en cualquier punto de la provincia. Esa es Milagro, esa es la Tupac”, completa.
Doris planeaba retomar sus estudios terciarios este año, pero el futuro se presenta incierto aunque no duda donde se va a parar. “Mi futuro es resistiendo. Estando aquí, nunca voy a bajar los brazos ni la cabeza. Porque queremos un futuro digno como tuvimos hasta hoy.”
“Empecé en el gremio, la Flaca estaba militando en ATE, y ella me decía, vamos, vení ayudame. Nos daban bolsones, que repartíamos en cinco, seis personas. El plan de 120 pesos, entonces, lo repartíamos en cuatro, cinco. Eso me fue despertando, gustando, Milagro fue formándome. Yo siempre dije ‘yo no puedo hacer esto’. Milagro me decía ‘vos podés, vos podés’.” Patricia “Pachila” Margarita Cabana sabe a los 36 años que puede pero el aprendizaje, y muchos menos su vida, no fue fácil.
Pachila creció en la calle, “abajo de un carro vendiendo con mi abuela (verduras y pan casero). Cuando era chica mi mamá me dejó en el hospital, mi abuela me recogió y me crié con ella, hasta los 13 años que murió mi abuela y ahí me crié sola”. Con la muerte de su abuela, su madre reapareció y terminó echándola de la casa.
“Me fui a alquilar, tuve mi primer hija a los 18 años, el padre de mi hija me engañó, yo andaba en la calle, no tenía ganas de hacer nada”, dice y prefiere no hablar de la cicatrices de los abusos. “Conocí a Milagro a los 18 años y mi vida cambió totalmente, me dio esas ganas de vivir, de que no viniste a este mundo para hacer cagadas nomás, para ser uno mas del montón, un pobre que porque no tuviste una buena familia, si no sos un gato, sos un chorro, sino sos una prostituta, cualquiera.”
Los tiempos no ayudaban a la esperanza. “En el 2000, 2001, plena crisis, me acuerdo en ese árbol que está ahí (señala uno en la plaza del acampe), y Milagro me decía ‘hay que resistir, esto va a pasar Pachila y vamos a poder ser mejores’. Y yo le decía, tengo mi nena y no tengo ni para sémola. ‘No tenés para sémola pero tomá, tené para leche’, me dijo. Así nos bancamos.”
En 2003, con los planes para la construcción de viviendas populares Pachila aprendió como el resto el oficio de albañil y volvió a desplegar sus dotes de organizadora. “Mi cooperativa se llamaba Los Lobitos, éramos 16 y llegue al último. Y me dicen, ‘Pachila a vos te queda eso’: eran todos viejitos de 50 años, y una sola doñita, la mas viejita y me decía ‘Pachila elegime a mi, yo te voy a cocinar todos los días, van atener la panza llena y vas a ver como van a trabajar. Ya está, dije, ellos me van a enseñar. Todos los demás tenían chicos jóvenes.” El oficio de constructores de los veteranos convirtió a la cooperativa en una de las mejores. Pachila recuerda que “la doñita se murió en su casa propia”.
“Yo no estudié, había hecho hasta quinto grado, Milagro que cago a pedos, me gritaba. Yo nunca le hice caso a nadie porque era tal la bronca, la rabia de criarte como me críe, cosas que viví, que pasé todo ese tiempo no tenés gana de nada. Pero ves a una mujer que habla igual que vos, te mira de la misma forma, en tu mismo idioma, que te hace entender que no sos uno más que podes hacer cosas importantes”, repasa y se enorgullece ahora de su título secundario.
Pachila intentó recomponer sus historias amorosas. Tuvo dos maridos, pero el trabajo en la Tupac, que la enorgullece y le absorbe el día y las energías hicieron naufragar sus matrimonios. De todas maneras entiende que logró conformar “una gran familia, como propone la Flaca” con sus seis hijos. Los mayores “ya no alquilan porque construyeron sus casas con sus propias manos”. Los más chicos tienen otros sueños. “Mi hija de ocho años me dice yo quiero ser abogada, es su locura, ahora entró a quinto como abanderada. Mi otro hijo me dice yo quiero ir al liceo militar, a la Armada. Mi otra hija me dice yo quiero ser escritora, y escribe, lee todo el día”, comenta y se le dibuja una sonrisa en su rostro.
Pero se enoja y se quiebra cuando habla que Milagro “es una presa política”. “Parece que la gente se olvida todas las cosas que pasamos o que Morales se olvida que cuando nosotros empezamos, fue a pedirle trabajar con ella”, recuerda indignada.
Gabriel Coca tiene 38 años y está en la Tupac desde muy joven, cuando la desocupación y la etapa neoliberal de los 90 hacían estragos entre los jujeños. “Tenía 19 años, estaba por cumplir 20 y era todo muy duro, la pasamos fea. Me sumo porque vengo de una familia bastante humilde, me acuerdo que entonces mi hermana, somos tres, era muy chica y no teníamos para comer. Papá y mamá no tenían trabajo. Era en el 99, 2000, 2001, la época de De la Rúa. Comíamos día por medio, un domingo comer miñón con mortadela era como comer un asado de ahora. Andábamos descalzos, si teníamos algo lo compartíamos entre todos”, recuerda.
“Un amigo que conocía a Milagro, me dijo vení, armate tu copa de leche. Ella nos dio la oportunidad a mi familia, a los cinco de tomar una copa de leche. Como había mucha necesidad en Alto Comedero, donde vivíamos empezamos a sumar compañeros de familias muy humildes, muy carenciadas. En mi copa de leche llegue a tener más de cien personas.” Los planes y los bolsones de comida “que eran muy pocos” los repartían. “Los bolsones que tenían once productos, los repartíamos entre cuatro o cinco, un mes te tocaba la leche, otro el aceite, así”, recuerda con precisión.
En 2003 comenzaron a soplar otros vientos. “Llegó Néstor (Kirchner) y nos dio la posibilidad de hacer construcción de viviendas. Cuando nos iniciamos ninguno sabía como levantar una pala, fue una situación dura. Aprendimos de a poco, tanto las mujeres como los hombres. Aprendimos lo que es la construcción y hasta llegamos a construir piletas de natación, polideportivos con asadores, quinchos, el parque acuático más grande del NOA, centros de salud, la fábrica textil, metalúrgica, la de bloques y adoquines, de caños. Crecimos de a poquito siempre de la mano de Milagro. Llegamos a construir 8000 viviendas en Jujuy”, comenta con orgullo de constructor y cooperativista. Recuerda, también con cierto orgullo, que el propio Néstor inauguró su casa: “el acto de la inauguración se hizo en esa esquina y él entró a esa casa: era la que construí y me tocó por sorteo”.
Milagro también marcó otras cosas en su vida. “Todos levantamos las manos”, dice sonriendo. Luego de una marcha hasta la que hoy es la plaza del acampe, “la Flaca le preguntó a la mayoría de Jóvenes, quienes habían terminado cinco años. ‘Bueno mañana todos me traen los certificados’ dijo. Por supuesto que ninguno lo tenía.”
“No estudiaba porque éramos excluidos de la sociedad. Si eras repitente te mandaban a otra escuela nocturna para mayores y si no tenías la edad no ingresabas. A veces no ibas porque no tenías zapatillas, y a esa edad eso te daba vergüenza.”
Gabriel, en estos 16 años terminó el quinto grado que abandonó “porque no había plata ni zapatillas”, la primaria y la secundaria. “Ahora estoy en segundo año para agente sanitario y la verdad es que estoy orgulloso de que se hayan abierto las puertas para todos”, agrega y alza apenas un poco más la voz.
Los recuerdos lo indignan más. “Si nosotros estamos acá en la carpeada es porque reclamamos nuestros derechos, derechos adquiridos con 16, 17 años de lucha que encaramos nosotros porque los gobiernos nos habían dejado de lado, por su inoperancia. Reclamamos puestos de trabajo, no reclamamos otra cosa. El gobierno nos da a nosotros para construir viviendas, de ahí también nosotros aportamos para pagar a los compañeros de los centros de salud, internaciones, donaciones, educación gratuita y otros sectores”, explica para reafirmar que nadie les regalo nada y que lo que construyeron ha sido “con mucho esfuerzo.”
“No queremos que nuestros hijos, tengo tres, pasen lo que nosotros pasamos años atrás, o que se críen en la calle como nos pasó a nosotros. Lo que hicieron con Milagro eso no se lo merece ni un perro”, dice.
“Para mí es un sueño, porque mi padre nació, se jubiló y murió en el ingenio La Esperanza. Yo conocí un inodoro a los 13 años. Cuando mi hijo fue por primera vez al baño él ya conocía un inodoro.” Para Normando Gutiérrez, con ahora 40 años, no se trata de un tema menor. “En Parapetí, vivían 1500 familias, había 50 letrinas, 30 familias por cada letrina. A veces ibas con necesidad y tenías que hacer la fila para esperar. Desde que se fundó el ingenio hasta la fecha sigue habiendo esas letrinas”, recuerda y vuelve a su propia historia de hacinamiento: “Las casillitas eran de madera. Yo vivía con mi familia, dos hermanos con esposas, en total diez integrantes vivíamos en una casilla de cuatro por cuatro. Eso era el ingenio en ese tiempo”. La Tupac le cambió la fisonomía a Parapetí: “Construimos más de 400 viviendas, pileta, polideportivo, cancha de fútbol, plaza, un centro de salud, una guardería, y una bloquera. Lo hizo la organización con la gente del lugar”, sostiene con el orgullo de haber sido parte.
“Milagro fue la primera persona que se acordó y se acercó a ese lugar y hoy Parapetí tiene otra cara. Antes se llamaba el lote Parapetí y ahora El Parapetí”, dice para reafirmar que hoy su pueblo es un municipio en cuyo Concejo Deliberante, él ocupa una banca de concejal por el partido que creó la Tupac.
Su pasado, como el de su pueblo, fue muy duro. “Todos los que viven ahí son trabajadores del ingenio, macheteadores de caña. Yo también”. En ese tiempo, el jornal era de 5 pesos, te pagaban las 8 horas cortadas, 4 a la mañana y 4 por la tarde. A veces horas corridas porque entrabas a las 5 de la mañana. Ganaba 150 mensual y te pagaban 100 en dinero y 50 en patacones o vales, ponían el precio al vale y dónde tenías que comprar. Tengo mi hijo de 17 años, en ese tiempo tenía un añito, se llama Franco Emanuel. Con la cosecha de caña yo emigraba a otras provincias, a veces me acercaba acá a Perico, me iba a la uva en Mendoza, a la papa en Córdoba y Bahía Blanca. Era un golondrina, de un lado para otro. Cuatro meses era el tiempo que veía a hijo, el resto del tiempo de un lugar a otro”, repasa para dar cuenta como esa situación terminó por acorralarlo.
“Milagro me dio esa posibilidad de trabajar por los que más necesitan y para mi era un orgullo eso. Antes era distinto, me dedicaba a tomar, a parar en la esquina. Para mí era más fácil esperar alguien para robarle la cartera o drogarme porque no tenía trabajo o dedicarme al alcohol porque no veía solución. Milagro se ocupó de eso en miles de chicos acá en Jujuy que en esos tiempos tenían esa debilidad”, agrega para explicar porque “la Flaca” es tan importante en sus vidas.
Como a muchos miles, también lo “presionó” para volver a la escuela. “A estudiar lo aprendí en la organización. Milagro dice que cuando uno puede nunca tiene que decir que no, siempre tenemos que poder lo que parece imposible. Cuando tenía 12 y 13 años, el padre te decía no podés estudiar porque falta plata, me ponía de mochilero, salía de la escuela con pantalón rotito y uno por vergüenza no quería ir a la escuela, cosa de chico. Terminé la secundaria en el Germán Abdala, de la Tupac a los 35 años”.
“Todo esto lo valoro. No es que uno esté inculcado por Milagro, es que las cosas están, se las puede tocar. Los políticos dicen que ellos también lo podrían hacer pero ¿por qué no lo hacen?”, se indigna cuando lo consultan por los cuestionamientos a la Tupac y no duda en que todo proviene de la “conciencia” que generó la organización entre los humildes: “Antes se presentaba alguien bien vestido o de saco y corbata y te decía ‘che, Gutiérrez, tenés que cavar un pozo’ o hacer algo, yo decía ‘sí, patrón’. Ahora aprendimos a discutirlo de boca a boca. Tenemos ese orgullo, soy negrito pero con la frente bien en alto. No es como dicen muchos que acá formamos un pelotón de desocupados, no es así. Porque las armas que tienen las mujeres son el horno de barro y las copas de leche. Los hombres, las cucharas, las ollas, la hormigonera para construir viviendas. No solo viviendas, podemos construir muchas cosas más”.
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