Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › HOY SE DEFINE SI HABRA REELECCION INDEFINIDA EN MISIONES
La pelea entre la lista del gobernador Carlos Rovira, que impulsa la reforma constitucional, y el obispo Joaquín Piña llega a su fin. Las razones de los votantes para apoyar a uno u otro. Guerra de afiches en la recta final.
Por Werner Pertot
Desde Posadas
Un faro se dibuja contra la costanera de Posadas; más allá, contra el azul del río, se levanta el puente internacional San Roque, que lleva a Encarnación. Un par de botes surcan el Paraná. Una calma tensa antecede a la tormenta electoral de hoy en la que el gobernador Carlos Rovira enfrentará a la coalición opositora que lidera el obispo emérito de Iguazú, Joaquín Piña. Gustavo y Mabel pasean por la costa tomando tereré (él lleva el termo; ella el mate). Ambos tienen 18 años. “No tendría que haber reelección, porque si logra eso Rovira puede quedarse cuantas veces quiera”, comenta Mabel, una estudiante de Exactas, de pelo negro y corto. “El se ocupa de lo que se ve: pavimenta calles, pero en las escuelas se caen los techos”, sostiene. Con una riñonera de Boca, Adolfo pasa haciendo jogging y se detiene a tomar agua a unos metros de los estudiantes. “Rovira merece una reelección, porque hizo mucho por la provincia. El trabajo creció bastante, te lo digo yo que trabajo en la construcción”, dice el contratista, de 32 años. “En Posadas, la mitad no lo quiere. En el interior, sí. Aunque la verdad, medio corrupto es”, sonríe Adolfo.
En vísperas de las elecciones de hoy, los misioneros se debaten entre el sí o el no a la reforma de la Constitución provincial, que permitirá la reelección indefinida de los gobernadores. Rovira necesita obtener 18 constituyentes (la mitad más uno de los votos) para asegurarse la posibilidad de ser reelegido por un tercer mandato en 2007. Con la veda vigente, la única señal de lucha política son los carteles que invaden toda Posadas. Algunos muestran una caricatura del obispo Joaquín Piña, que oculta bajo su sotana a diversos políticos, entre ellos el ex gobernador Ramón Puerta. Otros parodian a Rovira clavando un machete en la espalda de Puerta, su ex mentor. Los afiches más sobrios, en un fondo azul, dicen: “Decir NO a la reelección indefinida. Eso es PRO”.
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Anciano, canoso, el remisero dispara temas como una agencia de noticias, mientras zigzaguea hacia las afueras de la ciudad. “Parece que están quemando iglesias, acá casi no dejan votar a la policía, que deben estar medio cabreados. Va a estar bravo esto”, pronostica, sin mayores precisiones. “Acá están todos agitados porque se viene la guerra entre la política y la Iglesia”, lanza. Y aclara, por las dudas: “Yo voy a votar por el no, porque si no esto va a ser una dictadura”. El camino bordea el río. De un lado, se ven las casas de madera con techo de chapa, casi pegadas al agua. Del otro, se ven las chacras, como se llama a los complejos habitacionales, un entramado de edificios conectados por escaleras oxidadas.
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El complejo Fátima tiene reminiscencias de la película brasileña Ciudad de Dios. Es uno de los barrios donde la empresa Yacyretá relocalizó a las personas que vivían en villas cerca del agua, donde debían construir. Hay seis o siete barrios parecidos: 1700 casas prefabricadas, homogéneas, entre calles empedradas. Morocha, con el pelo atado en un rodete, Nilda Valiente toma sol en una reposera, rodeada de niños (tiene siete hijos, pero cuida varios más), una jauría y un gato siamés. Se mudó hace un año a Fátima. “Ahí nos agarraba mucha agua, así que nos vinimos para acá”, señala. “A Rovira lo vamos a aceptar. Dicen que es un ladrón, pero no es así. Nos da cosas, para que no pasemos tanto hambre”, explica. Desde dentro de la casa suena una chacarera. “Antes yo trabajaba en la campaña: llevaba y traía gente a votar. Pero esta vez decidí descansar. Así que voy a ir caminando”, cuenta.
“No quiero saber nada con ninguno de los dos candidatos. Ganen o pierdan, yo el lunes tengo que ir a trabajar”, advierte Omar Penayo malhumorado. “Uno es muy descarado y el otro no me importa”, indica, mientras revuelve cemento. Está levantando una pared de ladrillo en su jardín, donde hay un cisne de yeso. No sabe si irá a votar. “A lo sumo, me paso por la comisaría el lunes y digo que estaba enfermo, que no podía ir”, descarta.
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En El Brete, los ranchos crecen entre los matorrales y los basurales donde se depositan los restos de las casas que ya fueron demolidas por Yacyretá. Un cartel advierte: “zona de afectación embalse” y otro le responde: “El Brete resiste: la política es el arte de dejarnos sin techo, agua y luz a los pobres”. La villa formó una comisión vecinal para resistir la relocalización.
Las camionetas de la municipalidad son apedreadas apenas las ven venir. “Nos han apretado con la policía, pero nosotros peleamos. Casi les damos vuelta una camioneta la otra vez”, relata Oscar, el peluquero de la villa. Su peluquería está cubierta de carteles contra Yacyretá, entre los que asoma uno que dice “corte tres pesos”. “Cuando vino Kirchner, fuimos a la cancha de fútbol y pintamos con cal ‘SOS Presidente’ para que lo viera desde el helicóptero”, cuenta.
“Nuestra pelea es contra Rovira. Acá todo el barrio está con Piña”, dice Raúl Godoy, un albañil. “Acá viene el agua del arroyo y cubre toda esta zona”, relata. Su hijo Adrián, de 10 años, señala con el dedo la marca del agua dentro de la casa de madera. Llega a los 50 centímetros. Las camas están sobre adoquines, que las mantienen altas. Su hijo descuelga un Joystick que pendía de una rama y se pone a jugar. “Yo me quiero ir, pero Yacyretá nos ofrece una casa muy lejos de mi laburo”, indica. Vive en El Brete desde los 18 años. “Rovira se quiere adueñar de todo el poder. Si gana, estamos muertos”, insiste.
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El casino de Posadas es una explosión de dorado y salmón. Frente a él, dos amigas se prueban sandalias. “No sé qué puede venir en el futuro si se va Rovira, así que me quedo con él”, argumenta Martina, rubia, de 23 años. “Desde que está él, creció mucho el turismo. Todos roban, pero él por lo menos hace cosas y Misiones está mejor. Todo esto, el shopping y las rutas, fue en su gobierno”, la secunda Natalia, que estudia turismo en la UNAM. “Yo con los católicos no quiero saber nada, que los curas se queden en la parroquia”, se entusiasma Martina. “Lo que me da un poco de miedo es eso de que la reelección pueda ser indefinida”, advierte Natalia, que luego se pierde entre las tiendas de ropa.
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Si se compactasen todos los negocios de Once dentro de una estructura de hormigón de varios pisos de alto, lo que se obtendría es el Mercado La Placita, al filo de la costanera. Una palmera emerge en su centro, desde un pedazo de tierra colorada que se abre como para respirar entre los puestos que ofrecen desde cañas de pescar hasta televisores de pantalla plana. “Piña sale al ruedo por la cuestión social, acá los turistas no saben el hambre que se pasa en el interior”, señala Adrián, sentado en una reposera detrás de su negocio, en el que hay bombillas, planchas, herramientas, una licuadora y cientos de relojes de pulsera. “Esta elección es un arreglo político para perpetuar a Rovira en el poder. Puede ser que haya fraude”, estima, mientras toma un tereré.
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