Domingo, 5 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › CARLOS TOMADA, MINISTRO DE TRABAJO, EN CHARLA CON PAGINA/12
Tras anunciar los últimos indicadores, Tomada conversó sobre la nueva estructura laboral y las tareas pendientes. Contó que discute con los líderes empresarios sobre la responsabilidad social. Y que mejoran las condiciones laborales.
Por Raúl Dellatorre
El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, terminó la jornada del viernes casi exultante. Había informado, por la mañana, al, Presidente de la Nación sobre un nuevo avance del empleo en blanco en septiembre, con cifras en la mano sobre cómo va mejorando la calidad del empleo y convencido, además, de que se consolida una nueva estructura ocupacional –elude permanentemente llamarlo “modelo”– más propia de las economías formales, más serias, más grandes. “Si no fuera por el fuerte crecimiento de la tasa de actividad –proporción de población que se ofrece en el mercado de trabajo–, estaríamos en una desocupación del ocho por ciento”, se entusiasma. Y asegura que no lo desespera mostrar que la tasa “baje de dos dígitos” (sea menor al 10 por ciento), aunque no descarta que antes de fin de año se alcance esa meta. De eso, y más, conversó con Página/12.
Lejos del conflicto de la interna cegetista y ajeno por completo a los rebotes del nefasto 17 de octubre en la quinta de San Vicente, Tomada se recuesta en los resultados del mercado laboral para disfrutar el momento. En los últimos meses, les sacó más provecho a los contactos con los líderes empresarios que a sus hasta no hace mucho frecuentes encuentros con los popes sindicales. En aquel espacio viene discutiendo una concepción diferente de la responsabilidad social empresaria, cliché tan en boga en foros y seminarios de los dueños del capital.
“No compro un concepto urbi et orbi de la responsabilidad social empresaria, válido para todo tiempo y lugar. Aquí, y ahora, el punto de partida de la responsabilidad empresaria es el trabajo decente, con todo lo que implica, y no sólo dentro de la empresa, sino en toda la cadena de valor ligada a la actividad”, afirma el ministro en una charla distendida, pero que por momentos levanta temperatura. El planteo recuerda los talleres clandestinos que someten a trabajo esclavo a extranjeros indocumentados, para proveer a las marcas de ropa más afamadas. No hace falta ir tan lejos, el ministro también apunta a las firmas líderes que, teniendo proveedores prácticamente cautivos, no les impongan que tengan a sus planteles en blanco, con salarios y condiciones dignas de trabajo.
La estrategia de Tomada va en línea con la política que se ha dado el kirchnerismo hacia las grandes empresas: si no puedes derrotarlos, trabaja con ellas. Y a partir de ese trabajo, busca que esas firmas líderes incidan sobre el resto en sus respectivas actividades, en el sentido que más le interesa al gobierno. Es lo que se ha visto en el sector petrolero o con las concesionarias de servicios públicos. Un modelo de negociación que el ministro parecería buscar reproducir en su área.
Tomada remacha en un concepto de responsabilidad empresaria que los comprometa en la mejora de la estructura laboral. “Yo quiero que para repositores de un hipermercado, no me exijan colegio secundario completo. ¿Para qué? Me parece que todos reconocemos que seguimos teniendo un mercado laboral ‘duro’, con gente sin capacitación a la que también hay que asegurarle inserción. Entonces, que bajen el umbral de ingreso, que no se cristalice un mercado secundario de trabajo de los que no acceden.” Un submercado, fácil es imaginarlo, de marginados y de mano de obra casi regalada. ¿Y la respuesta? Tomada asegura que las empresas líderes –“no todas, es verdad”– “van tomando el planteo, se empiezan a dar cuenta de que en esto también les va la vida a ellos”. Y confía en que antes de fin de año estará trabajando con ellas en planes concretos de mejora del empleo y de accesibilidad al mercado laboral para los más jóvenes.
Vuelve a los números, a la fotografía del mercado laboral de hoy. Y los compara con los de la década anterior. “La diferencia es brutal”, se entusiasma el ministro. “Entre 1991 y 2001 el empleo en negro creció el 53 por ciento, y el registrado apenas uno por ciento”, repasa. Ahora, en tres años, el empleo registrado creció 31,8 por ciento y el no registrado (en negro), el 8.
Luego, detalla. “Al comienzo (del actual gobierno, desde mayo de 2003), crecía todo tipo de empleo a la vez, en blanco y en negro. Luego de 2004, a partir de 2005, crece más el empleo registrado. Ahora el empleo en negro empieza a descender, pero tenemos un problema de ‘stock’, nichos muy complejos”. Traducido: una gran cantidad de empleados en negro heredada de etapas anteriores e instalada en actividades que tradicionalmente trabajan en negro, difíciles por tanto de transformar.
“De todas formas, se está apuntando a la normalidad de una economía formal”, asegura. Tomada basa su diagnóstico en un dato que señala como clave: crecen a la par el número de trabajadores y de empleadores. Y subraya: “Hay 14 mil empresas nuevas en los últimos tres años”. Y una tasa de actividad, la población que se lanza al mercado de trabajo, en permanente crecimiento.
“En los ’90 se discutía si la tasa de actividad aumentaba porque el mercado era tan atractivo que atraía a más gente, como planteaba (Domingo) Cavallo, o si era que más miembros de la familia tenían que salir a trabajar para bancar el presupuesto familiar, porque los sueldos no alcanzaban. Hoy, con empleos más formales y salarios en alza, esa discusión no existe; que suba la tasa de actividad es una buena noticia.”
Sin embargo, hay cuestiones de la estadística sobre las que se debe ensayar otra lectura. Sereno, reflexivo, Tomada escucha el planteo que le hace el periodista: si parte del aumento de los puestos de trabajo en blanco es blanqueo de los que antes estaban en negro (y por lo tanto no es creación de nuevos empleos); y si a la par que hay más puestos de trabajo también hay más gente buscando trabajo, ¿qué está pasando con la tasa de desocupación: baja o se mantiene en el mismo nivel?
“Está claro que si no tuviéramos este impresionante aumento en la cantidad de gente que sale al mercado, este aumento de tasa de actividad, hoy el desempleo estaría en el 8, u 8 y medio, y no encima del 10 por ciento. Pero esta situación es mejor que bajar a un dígito la desocupación con menor gente en el mercado. Tampoco vamos a dedicarnos a políticas de contención salarial, como sugieren en IDEA. Ni resignarnos a un mercado precario como en los ’90. El empleo va a seguir creciendo, porque tenemos un proceso de crecimiento sostenido con creación de empleo. De eso estoy seguro. Puede ser que a ritmo más lento de aumento del empleo, pero de mejor calidad, con más productividad. Y la tasa de desocupación va a seguir descendiendo, aunque sea en forma más lenta.”
¿Y la meta de bajar del 10 por ciento, para cuándo? “No me vuelve loco, privilegio este proceso de mejora en la estructura ocupacional. No hago pronósticos, no anticipo índices, pero vamos a terminar el año con la tasa de desocupación en baja”, remata, con una sonrisa. Y sigue disfrutando el momento, ajeno a los ruidos en la CGT, o a los más lejanos que aún resuenan desde San Vicente.
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