Domingo, 22 de octubre de 2006 | Hoy
Por G. V.
El poder de las dos barras bravas más numerosas del país deviene de la propia popularidad de sus clubes: Boca y River. Desde la década del ’80 hasta hoy, consolidaron sus vinculaciones con el mundo político, gremial y empresario durante la democracia. Además, claro está, lubricaron sus conexiones con las distintas fuerzas de seguridad, que les permiten gozar de ciertas inmunidades. Rafael Di Zeo, el más mediático entre todos los jefes de estos grupos violentos, presume de sus fluidos contactos con funcionarios, punteros y sindicalistas que, en algunos casos, no son ajenos a los servicios que presta.
Hace un par de semanas, sorprendió el tratamiento televisivo que tuvo su llegada junto a la Doce al estadio Monumental para presenciar el superclásico. Su dimensión de hombre violento quedó expresada en el modo como trataba a sus propios seguidores, entre insultos y empujones, antes o después de subir a los micros que custodiaba la Policía Federal. Las relaciones de Di Zeo y su guardia pretoriana también se mimetizan en el ámbito de la Justicia, donde en un santiamén consiguieron un recurso de amparo que les hubiera permitido ingresar al suspendido clásico entre Racing y Boca que debía disputarse hoy.
Asimismo, la barra boquense como Los Borrachos del Tablón, el mote prosaico con que se conoce a la de River, han pivoteado históricamente entre sus padrinos del PJ y la UCR. En la época que la Doce era liderada por José Barritta, alias El Abuelo, tenía el patrocinio del diputado radical de la Boca Carlos Bello, y hasta consiguió conchabar a uno de sus jefes, Santiago “El Gitano” Lancry, en el desaparecido Concejo Deliberante. Aún hoy, revista allí como empleado del área de Seguridad.
Luis Pereyra, uno de los entrenadores actuales del fútbol infantil de River, lideró la barra hasta que se vio involucrado en el asesinato de Christian Rousoulis, un joven hincha de Independiente, el 22 de diciembre de 1996 y cuya causa judicial podría prescribir diez años después. Luisito –tal el apodo que lleva pese a su aspecto de patovica– tiene en común con Lancry su simpatía por el radicalismo. Sus sucesores en el corazón de la tribuna no necesitan salir a buscar afuera las ventajas de que hoy gozan en el club. Como fuere, las dos barras bravas han dirimido fuerzas a balazos, cargan con varios muertes en su haber y ponen en juego su propio poder en vísperas de cada elección. El próximo test lo tendrán en 2007. Y seguramente se pondrán en campaña junto a sus circunstanciales caciques políticos. Incluso, a riesgo de compartir los mismos espacios.
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