Lunes, 4 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › HIPERPERSONALISMO, PARTIDOS DIFUSOS Y COALICIONES INVEROSIMILES EN LA CAMPAÑA
Para los analistas políticos, el voto porteño tuvo aspectos particulares y otros similares a los que se plantean en el plano nacional, pero exacerbados. Un campo experimental donde las identidades políticas aparecen diluidas, con radicales y peronistas en las tres listas principales.
Por José Natanson
Después de cada elección porteña suele quedar en el aire la sensación de que la Capital Federal es un distrito excepcional, que reúne características ausentes en el resto de la Argentina. Se dice a veces, con un dejo de gorilismo snob, que los porteños son más conscientes y votan más informados que el resto de los argentinos. Pero también puede afirmarse lo contrario. Los resultados de los comicios de ayer confirman la idea de que la Capital expresa, exacerbados, algunos rasgos políticos estructurales del paisaje político nacional: hiperpersonalismo, partidos fluidos y gelatinosos, coaliciones impensadas y un peronismo que no existe, pero que lo hay, lo hay.
Los resultados de las elecciones de ayer –Mauricio Macri en primer lugar, Daniel Filmus lejos en el segundo y Jorge Telerman a pocos puntos de distancia– reafirman lo que a esta altura ya es un lugar común de la política argentina: la Ciudad de Buenos Aires es un distrito especial, el (mal) humor de los porteños nunca coincide con el de sus compatriotas y erige a líderes –Chacho Alvarez, Ricardo López Murphy, Mauricio Macri– cuya popularidad no se traslada al escenario nacional. La Capital, en suma, vota raro.
Pero ésta sólo es una forma de ver las cosas. Lo primero que llama la atención es la personalización casi total del escenario político, fenómeno que se ha manifestado como nunca en las últimas elecciones porteñas, donde todo giró alrededor de la personalidad de los candidatos, con declaraciones extravagantes –Telerman confesó a la revista Gente que suele mezclar perfumes hasta encontrar la fragancia adecuada– y una amplia difusión de fotos de la infancia. Hubo en la campaña una cuidadosa construcción de la intimidad de los candidatos.
Esto no quiere decir, por supuesto, que los efectos sean iguales en todos lados o en todos los partidos. “El resultado va a tener un impacto nacional, lo que no quiere decir que determine lo que va a suceder en octubre”, sostiene el politólogo Edgardo Mocca. “El juego personalista pone en juego sobre todo el liderazgo de la oposición entre Macri y Carrió, por su alianza con Telerman. La derrota de Telerman le pone un techo sólido a la proyección de Carrió”, agrega.
El fenómeno de la personalización es nacional. Las últimas elecciones presidenciales, en abril de 2003, fueron una competencia entre las pocas figuras en pie luego de la crisis: de hecho, el PJ no presentó oficialmente candidatos y el radicalismo quedó reducido a la nada. Las últimas elecciones legislativas también: el peso electoral de Cristina Kirchner fue suficiente para domesticar o derrotar al poderoso aparato duhaldista.
La hiperpersonalización no es, como se dice a veces, sólo un tema de cómo se plantean las campañas, no tiene que ver con la maldad intrínseca de los candidatos y sus asesores, sino que es una consecuencia de la forma en que la sociedad define su voto: los resultados de ayer, por ejemplo, demostraron el peso de la figura de Aníbal Ibarra, cuya lista de legisladores superó por poco a la que lideró Ginés González García, con todo el peso del Gobierno.
Junto a esta tendencia existe otra que la complementa, la explica o la potencia: el debilitamiento de los partidos políticos, ya no de los tradicionales, sino de cualquier partido político. ¿Quién se acordará, una semana después, del nombre de las dos coaliciones que postularon a Telerman? ¿Y del partido que armó Ibarra? Nuevamente, el fenómeno se expresa con fuerza en la Capital, pero es en buena medida una tendencia nacional: ¿alguien se acuerda del nombre del frente que postuló a Adolfo Rodríguez Saá y que hace no tanto tiempo sacó casi tres millones de votos? “Las identidades políticas están cada vez más diluidas, y cada vez más se juegan y se reconfiguran en el proceso electoral. La Capital es, en este sentido, el campo experimental por excelencia. Con determinados recursos, no sólo económicos sino también políticos, se puede crear una determinada escena. Ese fue el éxito de Kirchner, que logró instituir un candidato, aunque estuvo lejos de ganar la elección”, explica el politólogo Isidoro Cheresky.
Como consecuencia de todo esto, las coaliciones son cambiantes, imprevisibles y, por momentos, inverosímiles. Esto es notable en la ciudad, donde Telerman pasó de buscar el apoyo K a aliarse con la líder de la oposición, pero también en otras provincias –como ha demostrado el amplio arco de alianzas ensayado por el Gobierno– e incluso en otros países. En Brasil, por ejemplo, los candidatos no sólo construyen coaliciones enloquecidas, sino que saltan sin problemas de un partido a otro, y hasta existen los partidos de alquiler, sellos de goma que se compran para una elección: Borocotó como signo de los tiempos.
La última característica de la ciudad que habla del paisaje político nacional es un peronismo difuso, pero no por eso menos presente. Los tres candidatos porteños tienen algo de peronistas: Mauricio Macri, por la inclusión en su boleta de sectores del peronismo tradicional, como los que lidera Diego Santilli; Daniel Filmus, por el evidente apoyo del Gobierno y sus antecedentes como funcionario de gobiernos peronistas capitalinos (Carlos Grosso) y nacionales (Carlos Menem, Néstor Kirchner); y Telerman, también por su pasado peronista.
Ahora, bien: es un peronismo especial, como si fuera inconsciente o vergonzante. ¿Alguno de los tres candidatos nombró alguna vez a Perón, o al menos a Evita, en alguno de sus discursos? Pero, después de todo, es un peronismo no muy diferente al que practican Kirchner o Cristina, quienes tampoco andan por ahí cantando la marchita, o al de Roberto Lavagna, que está aliado con los restos del duhaldismo. En octubre, eso sí, habrá dos opciones claramente antiperonistas, lideradas por Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, lo cual refuerza la paradoja porteña: el distrito supuestamente más antiperonista del país no ofreció opciones gorilas. “Por momentos –asegura el politólogo Marcos Novaro– parece que el peronismo es el único capaz de articular algo, no sólo alianzas políticas, sino con los sindicatos, los factores de poder. Pero no creo que esto signifique que a partir de ahora se vaya a polarizar entre una derecha peronista liderada por Macri y una izquierdista conducida por Kirchner. Esa me parece una visión simplificada”, concluye.
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