Lunes, 4 de junio de 2007 | Hoy
El vendedor que esperaba muchedumbres y se quedó con todo para vender. Los turistas que pasearon como un día más. Los televisores que interesaban más por el fútbol que por el resultado de las urnas. Aquí, la pintura de una ciudad entre los votos y la apatía.
Por Alejandra Dandan
Se lo oye de costadito, susurrando con su mujer. “Son peronachos”, le dice mientras cruza orondo la 9 de Julio casi desierta y ve pasar un puñado de pancartas kirchneristas.
Luis Alberto y María tomaron un subte y bajaron en 9 de Julio después de escuchar las primeras boca de urna de las seis de la tarde. En Diagonal Norte pasean como turistas de otro lugar. De un lado al otro, recorren la esquina del Obelisco buscando algo parecido a una fiesta. Algo que dé cuenta, finalmente, de un final electoral, de una victoria.
“¿Sabe qué pasa?”, explica. “Es que los porteños somos así.” Y sigue: “Nosotros vinimos por los festejos, pero vemos que no hay un solo festejo, porque ¡todos creen que ganaron! ¡Pero todavía no se sabe quién ganó!”. Lo que sí hay, sigue, es un gran perdedor.
Y a esa hora, Luis Alberto ya no necesita explicar demasiado. Todavía no había pasado una hora completa desde el final de la veda de las seis de la tarde, cuando las tendencias adelantaban el resultado final. Los porcentajes de Jorge Telerman venían cayendo de televisor en televisor, detrás de las vidrieras de los bares. Eso sí, de los pocos que a esa hora morían por seguir el escrutinio.
Al 900 de Diagonal Norte, a metros de la avenida Corrientes, los mozos de Pizzería del Rey tenían todo bajo control, excepto el conteo. Diez minutos después de las seis de la tarde, apurados por los concienzudos comensales, mantenían el único televisor del salón principal tomado, cooptado y estancado en un único lugar: el partido de Boca.
–¿Pero la gente no les pide que lo cambien?
–No.
Obvio.
Igual, el partido de Boca no parecía extenderse demasiado.
Inmediatamente después, adelantó un encargado, dejarían puesto un canal de noticias.
–¿O no? –le preguntó a otro–. Boca, ¿qué tardará? ¿Veinte minutos, ponele?
–Y sí... –le dice el otro–, veinte minutos y después empalma derecho el partido de Estudiantes.
A unos metros, David, de 25, comía su tostado con su novia Ayelén, al fondo, en una de las mesas apretadas del Café de la Ciudad, ese café de la esquina de Corrientes y 9 de Julio donde no hay parroquianos, sino siempre pasajeros de paso. David es parte de ese universo. En planes de domingo más que de elecciones, llegó de Lanús y acaba de enterarse por las pantallas de rojas de Crónica TV de la catástrofe, perdón, del título catástrofe que anuncia la ventaja de Macri.
“Soy porteño –dice–. Y no voté porque vivo en Lanús, pero lo hubiese votado.” Y eso es porque es buen “gerenciador de lo que hace”.
–¿Lo decís por Boca? ¿O por la Cámara de Diputados?
–No, porque es buen empresario.
Ana está indignada mesas atrás. Con una amiga del interior, la hija de su amiga, un gorro, una bufanda y desesperada porque gana Macri. “¡¿Pero qué pasa?!”, dice. “¿Ya se definió?” Y mira la pantalla de Crónica. Nuevamente en rojo, y en placas catástrofe dentro del bar. “Tiene que haber segunda vuelta, ¿pero entonces por qué dicen que ganó?” Ella dejó su barrio después de votar, convencida de que no iba a ser un día muy adecuado para estar de paseo con extranjeras en Buenos Aires. “Miren que seguro que va a estar todo cerrado”, le dijo a su amiga, aunque poco después ya no pensaba lo mismo. “Estuve en San Telmo, los bares abiertos, las ferias abiertas: no sé qué clima electoral es el que hay.” Y pregunta: “¿Será porque es Buenos Aires?”
En la esquina no hay clima de fiesta aún, pero la presencia de varios policías juntos alerta a los que más frecuentan el lugar. Fabián anda con varias decenas de números de la revista Hecho en Buenos Aires bajo el brazo. Es el vendedor 1875, dice, como si eso fuese su mejor identidad. En su caso, llegó a la esquina del Obelisco como aquellos señores orondos que bajaron del subte buscando el festejo. Es que en el show de Roger Waters, dice, “me vendí como 450 números y me quería matar cuando se me terminaron ¡porque me quedé corto!” En esta ocasión, convencido de que las muchedumbres coparían las calles, las plazas, el centro del Obelisco, bares y pizzerías, también llegó con varias decenas de números y con Martín, el vendedor un número más alto que el suyo, y el mejor.
Pero la cosa no estaba ahí. Los policías, detenidos ante la nada, se quedaron igual. Un hombre de gorro de lana miraba expectante la calle sólo con la intención de esperar el semáforo. Un hombre al lado dijo: “Sí que ganó Macri, de acá a la China, aunque Boca haya perdido”. Y otro que lo escuchó, preguntó: “¿Seguro ganará? Pero mire que Filmus va a tener el aparato del gobierno nacional”. Y el semáforo pasó del rojo al verde.
Las pancartas con las pintadas kirchneristas del movimiento Evita atravesaron la 9 de Julio, y politizaron ese eterno final de fiesta. Bajo la noche, María Antonia Navarro, flaca, arrugada y de casi 70 años resiste las ganas de hacer pis hace rato. No quiere irse hasta no saber que gana Filmus, dice, que “pasó de largo al pelado Telerman” y que de yapa vuelve Ibarra. “Mi amorcito”, le dice María Antonia, peronista y tucumana. Tenía 18 años cuando vio en el ’55 los festejos de los Libertadores en Tucumán; por eso se hizo peronista, dice ahora que sí, grita, canta y festeja. Con Sandra, de Caballito, maestra, directora de una escuela y, principalmente, ibarrista y otra vecina. Por adelante, el frente del Hotel Panamericano reúne a quienes se acercaron a festejar al ministro de Educación que esta noche sacó ese segundo puesto que lo incluye en el ballottage y lo aleja del destierro.
A esa hora, el partido de Boca había terminado. Con un discman en las manos, auriculares y un niño del brazo, Alejandro, 40 años, camina escuchando radio Rivadavia. “Escucho los resultados de la elección –dice–, y en el medio pasan el partido”:
–¿Y cómo va?
–¿Qué?
–Las elecciones.
–Y va Macri, Filmus, Telerman. Macri 42, Filmus 25.
–¿Y el partido?
–Racing-Estudiantes: 1 a 0, gana Racing.
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