Lunes, 4 de junio de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Osvaldo Bayer
¿Cuántas elecciones en la Capital habrán transcurrido en esta ciudad de Buenos Aires en los ochenta años que he vivido? Recuerdo todas las épocas. Pero acabo de escuchar las tendencias del escrutinio y no puedo menos que repasar con tristeza, o con ironía, o con perplejidad, aquella elección de la Capital Federal hace más de un siglo donde fue consagrado el primer diputado socialista de América, Alfredo Palacios. En la adolescencia busqué en las bibliotecas los diarios de aquella época. Los socialistas ya veían una marcha sin retrocesos y que en diez años se iba a poder proclamar en el Congreso el socialismo en la Argentina. O, también, hace más de un siglo, cuatro semanas atrás, en aquel 1º de Mayo de 1904, setenta mil obreros anarquistas habían llenado las calles de La Boca recordando a los cinco mártires de Chicago. Setenta mil obreros para una Buenos Aires de sólo 900.000 habitantes, y además el 1º de Mayo no era asueto y el presidente Roca había prohibido el acto obrero y amenazado con la represión. Lo sabían los obreros, pues hacía poco ese mismo general Roca había aprobado la Ley de Residencia, por la cual se expulsaba a todo obrero no argentino que profesara ideologías contrarias al “ser nacional”. Y sin embargo, setenta mil obreros en la calle de La Boca. Que el orador, un italiano que se comía las eses, describió esa jornada como el primer asomo del sol que muy pronto brillaría en todas las pampas proclamando el socialismo en libertad. Roca les metió bala y así cayó el primer mártir obrero del Día de los Trabajadores, el marinero Juan Ocampo, de apenas 18 años.
Más de un siglo después estoy en esta Argentina, y miro los primeros resultados del escrutinio de anoche. Ni Alfredo Palacios ni la aurora del socialismo libertario por las calles aquellas de Evaristo Carriego. No. Mauricio Macri. Presidente de Boca. Para qué más datos. Los porteños lo quieren a Macri, quieren a Boca. Ni Alfredo Palacios ni el marinero Juan Ocampo. Macri. A ver, señores futurólogos, de seguir así, ¿qué nos espera dentro de un siglo a los porteños?
Pero no nos detengamos sólo allí. Los otros datos son también humorísticos o por lo menos para reírse en el mostrador de un boliche de Villa Lugano, por ejemplo: la izquierda de la Capital Federal presentó diez partidos. Sí, tal cual. Y se debate si Marx, si Engels, si Trotski, si Lenin, si Juan B. Justo. Y a lo mejor, con suerte, obtienen una banca que de inmediato, por supuesto, se va a separar de su partido propiciante y va a crear otro, con miras a cuatro años de tal vez obtener una segunda banca. Como dijo León o Vladimiro.
Pero volvamos a los realistas. Todos los aplausos para el presidente de Boca, Macri. Los porteños saben elegir. Como decía Lorenzo Miguel, sonriente: el p... (perdón, no vayan a decir los lectores que soy gorila)... bien, el p... no, no ahora el pro es ir los domingos a lo de la vieja a comer ravioles. Y con Macri, es ir a la cancha a gritar los goles con Dieguito. Y se acabó, y vayamos todos a cantarle a Gardel.
Esta noche del escrutinio estoy un poco confundido, trato de no caer en la depresión, pero es que no puedo resolver el problema. Es demasiado difícil para encararlo. Porque Ibarra, durante su gobierno, me designó Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, nada menos, pero no vino al acto de entrega, sino que me lo dio Telerman. Y quince días después, por iniciativa de Eduardo Menem, nada menos, el Senado de la Nación me proclamó por mayoría absoluta “persona no grata para el Senado”. Sólo por haber presentado un proyecto, como ciudadano, de unir las dos Patagonias, la argentina y la chilena, como primer paso para el Mercado Común Latinoamericano. Desde ese momento soporto los dos títulos. Realidades argentinas. Capaz que Macri me lo resuelve. Como gritó alguien en la calle cuando estoy escribiendo esto: “Ahora todos los porteños tenemos que salir a la calle con la camiseta bostera”. ¡Qué Alfredo Palacios ni salir a la calle por los mártires de Chicago! Las urnas lo han dicho. Es la voluntad popular. Y al que no le guste, que se vaya del otro lado de la General Paz.
Ahora, sí, mirar al futuro. Me dicen que la primera medida macrista va a ser ponerle vidrieras al monumento a Roca para que no pasen más las bombas de pintura roja. Y primero lo va a hacer limpiar. Porque Roca marcó la línea definitiva: la tierra a quien sabe ganar bien, y terminar con las etno-invasiones a la ciudad blanca. Y aquello de la Asamblea del Año XIII de Libertad, Libertad, Libertad cambiarlo definitivamente por Seguridad, Seguridad, Seguridad. Pro, pro, pro. Y basta, se acabó la discusión. Y después de la Capital, el país. Y a jurar la bandera azul y oro. Con Dieguito como abanderado. Y a bailar alegremente en el caño. Hay que gozar un poco, muchachos, para eso está la vida.
Estoy por acostarme. Pero tengo miedo de que se me aparezca, enojado, Alfredo L. Palacios con su sombrero volador y sus mostachos. Y el sueño me lleve al local de “La Protesta” donde lo están velando al marinerito Juan Ocampo. Si esto me ocurre, la llamaré desesperado a Marlene Dietrich para que me acompañe y me consuele.
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