La tibia desmentida de la reestatización de Repsol fue sólo el preámbulo de una semana extremadamente movida en la Casa Rosada. El mismo lunes que Néstor Kirchner recibió la visita del embajador Español, Rafael Estrella Pedrosa, el comentario puertas adentro que todo lo eclipsaba era la bronca presidencial con Felipe Solá. En un reportaje, el gobernador bonaerense señaló que “Kirchner es una persona difícil” entre otros “atrevimientos” –según el textual de un funcionario K– que cayeron pésimo en el Gobierno.

La relación de Kirchner y Solá ha pasado por distintos estadios. Muchos recuerdan aquella frase “y Felipe es Felipe”, con la que el Presidente hablaba del mandatario provincial con cierto dejo de resignación. Después fueron carne y uña en la avanzada contra el aparato duhaldista, en vísperas y durante los comicios legislativos de 2005. Lo que vuelve irascible a Kirchner no es tanto la aparición mediática de Solá como ciertos rasgos de autonomía de su personalidad. Se sabe, el Presidente lleva el verticalismo al extremo, y de eso pueden dar cuenta varios de sus ministros confinados al silencio.

El gobernador ha estado inquieto por su propio destino, sobre todo desde la caída de su proyecto reeleccionista. Supone que su trabajo para la causa K –incluso ahora, facilitando el desembarco de Daniel Scioli– debería redundar en un futuro promisorio, al menos con un nombramiento como embajador. Pero nadie le ha asegurado nada y todo indica que éstos no son los mejores días para que ande averiguando. De todos modos, en los próximos días, toda la primera línea del Gobierno seguirá al servicio de una estrategia para desnudar las demoras de la Cámara de Casación en el tratamiento de causas por violaciones a derechos humanos. Se sabe, el desempeño del juez Alfredo Bisordi quedó en el centro de la polémica –el propio Kirchner también, por una embestida que se entendió como una intromisión del Ejecutivo en otro poder– y ya se habla de inminentes reformas judiciales.