EL MUNDO › EL NAUFRAGIO DE LAS POLITICAS SOCIALES DEL GOBIERNO REPUBLICANO

Lo que dejó la tormenta de Katrina

Con toda la atención puesta en Irak, los sobrevivientes de Katrina, especialmente los negros pobres y los hispanos ilegales, quedaron a la deriva. Los cambios demográficos que provocó el huracán dispararon una ola de xenofobia. El gobierno federal, ausente.

 Por Mercedes López San Miguel

El cambio demográfico en Nueva Orleáns es tan turbulento como el paso del huracán Katrina que le dio origen, hace ya dos años. La ciudad jazzera y cuna de la cultura franco-norteamericana cambió un rostro de la marginación por otro: hoy hay más latinos, que compensan la huida de negros y sajones. Una vez más, la presencia de inmigrantes ilegales que trabajan para la reconstrucción y la limpieza es vivida por muchos como la amenaza del invasor hispano, con la consecuente violencia. Dos años después del vendaval, todos los índices empeoraron: la violencia, el desempleo y la pobreza. La administración Bush, que gasta cifras siderales en otras aventuras, ya había mostrado su incompetencia en la prevención y resolución de la catástrofe; aun así, ni siquiera envía los recursos federales que reclaman los habitantes de esta ciudad que el 29 de agosto de 2005 sucumbió bajo las aguas del lago Pontchartrain.

El panorama demográfico de la ciudad más grande del estado sureño de Louisiana cambió en los dos últimos años, según Allison Plyer, del Centro de Datos del Gran Nueva Orleáns. Esto se refleja, por ejemplo, en las matrículas de las escuelas públicas donde ha habido una disminución del cuatro por ciento en los estudiantes negros y un incremento del seis por ciento de los hispanos. “En la parroquia (distrito) Jefferson, por ejemplo, ha habido un incremento del 60 por ciento de los estudiantes que tienen conocimiento limitado del inglés”, señaló Plyer a la agencia EFE.

Hasta la llegada del huracán, Nueva Orleáns tenía una población de 460 mil habitantes, integrada en un 68 por ciento por afroamericanos. Según cifras oficiales, el 28 por ciento de los habitantes se hallaban bajo la línea de pobreza. De ese porcentaje, un 84 por ciento eran negros.

El torbellino del Katrina, que volcó sobre Nueva Orleáns, dispersó de forma irregular a cientos miles de personas por el área de Baton Roge, la capital estatal, y por el vecino estado de Texas. Como contrapartida, junto con los refugiados que retornaron a su ciudad –el año pasado fueron 56.000– llegaron los inmigrantes hispanos atraídos por los trabajos de construcción y limpieza.

Los alquileres se triplicaron tras el paso del huracán. Al momento de la llegada del viento y el agua, la mitad de los habitantes alquilaba. Hoy la mayoría no puede, debido a que tampoco hay empleo. Muchos viven en caravanas y los propietarios esperan que le paguen las aseguradoras.

En este punto los habitantes de color representan un 30 por ciento de la población. El mismo alcalde Ray Nagin denunció una intención política de la administración republicana de forzar el exilio de los negros. Según publicó el diario The Washington Post en marzo pasado, Nagin dijo: “La lentitud de la reconstrucciónes parte de un plan para cambiar el corte racial y el liderazgo político de la ciudad”.

Las comunidades negras, especialmente en el Distrito Nueve, que fueron las más afectadas por la inundación y las menos atendidas por las autoridades en los días siguientes al huracán, consideran esa inmigración latina como otro golpe casi mortal. El periódico de Internet Creole Folks, por ejemplo, se refiere a la llegada de 150.000 latinos como una “invasión”.

A mediados de agosto, el Departamento de Policía de Nueva Orleáns divulgó un informe que muestra un incremento de los delitos en general, pero en particular de los crímenes contra los inmigrantes que carecen de conocimientos y, en algunos casos, de documentos, y por eso temen a la policía. El informe mostró que han aumentado los robos a mano armada cometidos contra los trabajadores hispanos que, porque no tienen cuentas bancarias, guardan el efectivo que ganan en la construcción o la limpieza.

Según la directora ejecutiva de la Cámara Hispana de Comercio, Darlene Kattan, “hay muchos más negocios hispanos en la ciudad, donde siempre hubo una fuerte comunidad hondureña y ahora también se ha registrado un flujo de brasileños”. La multiplicación de pequeños negocios latinos causó una polémica en la ciudad, y recientemente el distrito de

Jefferson prohibió los “taco trucks”, las camionetas que ofrecen a los trabajadores latinoamericanos sus comidas típicas. Las autoridades consideraron que esas ventas ambulantes “afeaban” el paisaje y no cumplían con las normas sanitarias obligatorias.

La catástrofe natural se cobró la vida de 1486 personas en 2005. Bush, muy cuestionado hace dos años por su tardanza en reaccionar, sigue siendo objeto de críticas por lo que muchos definen como falta de interés en la zona a nivel de ayuda federal, al estado demócrata de Louisiana, frente a las dádivas generosas para el republicano Misisipi. Hoy por hoy, los diques de Nueva Orleáns que hace dos años se rompieron, aún no están preparados para soportar un ciclón similar –se invirtieron 1000 millones de dólares–. Katrina dañó o destruyó 200 mil viviendas. El año pasado sólo se emitieron 40 mil licencias para reconstruir y 506 para crear viviendas, informó el diario El País.

Con todo, la administración republicana no acusa recibo. Michael Chertoff, director del Departamento de Seguridad Interior, una de las caras visibles de la incompetencia del auxilio federal en la catástrofe de Katrina, podría ser el reemplazante de Alberto Gonzales en la cartera de Justicia.

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Un manifestante en el aniversario de Katrina flamea una bandera al revés en Nueva Orleáns.
Imagen: AFP
 
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