Domingo, 2 de septiembre de 2007 | Hoy
La uruguaya Julia Cóccaro alertó en 2003 a los vecinos de Gualeguaychú sobre la instalación de las pasteras. Ayer, en Fray Bentos algunas personas se manifestaron contra el cruce de los asambleístas y la protesta llegó hasta la puerta de su casa. Ahora piensa en mudarse.
Por Adriana Meyer
“Aquí estamos, en soledad, somos muy poquitos los que estamos en contra de esto”, responde Julia Cóccaro apenas Página/12 la contacta. Y “esto” es la manifestación que organizó el jefe comunal de Fray Bentos, que pidió a la gente que saliera con sus autos embanderados en señal de protesta por el cruce de los asambleístas argentinos, previsto para hoy. Cóccaro tiene 72 años, es ambientalista, aunque la prensa de su país la llama “activista”, y está retirada de su profesión, la odontología. “Será por eso que defiendo esto con los dientes”, dice. Su “esto” es una lucha contra las plantas de celulosa y los monocultivos forestales que comenzó hace doce años, cuando logró impedir la instalación de una fábrica de papel. Fue así que en 2003 cruzó a Gualeguaychú para alertar a los vecinos de enfrente de la contaminación que perjudicaría a los habitantes de ambas orillas. Cóccaro se enfrenta con otros uruguayos casi en forma cotidiana, y ya piensa en mudarse, porque tiene la certeza de que “se vienen años de aire, agua y tierras envenenadas”.
Su militancia ambientalista se plasmó en el Movitdes, Movimiento por la vida y el trabajo y un desarrollo sustentable, con el que recorrió varias veces los pasillos del Parlamento y de las comisiones de medio ambiente. “Queríamos que se considere qué estamos perdiendo, nos han oído pero no nos han escuchado. Es inútil porque aquí los tres partidos políticos están de acuerdo con el tema forestal”, explica con cierta resignación. “Los planes indican que van a instalar en total ocho fábricas y la consigna ideal de cada una es que, para evitar los costos de fletes que les encarece mucho la producción, no se ubiquen a más de 100 kilómetros de cada localidad. En un país tan chico cada uruguayo va a terminar con una pastera en la puerta”, advirtió. Según Cóccaro, hasta ahora “han dado la cara” sólo cuatro empresas: Ence, Botnia, una de capitales iraníes, y otra de portugueses, pero hay más, de capitales norteamericanos, que están esperando que “pasen las tormentas” para avanzar con sus proyectos.
–¿Cuándo y cómo comenzó su interés en la preservación del ambiente?
–Creamos este movimiento porque nos anunciaban desde 1994 que se instalaba detrás del frigorífico Anglo una fábrica de celulosa y para reciclar papel. En 1996 empezamos a ir a todos lados, a pedir por la ley forestal, estamos en una zona muy hermosa del río Uruguay que hay que gestionarla para el turismo, que da mucho y contamina menos. Movimos cielo y tierra y luego de tres años de lucha impedimos que se instalara Transpapel. En aquel momento, Juan Chiruchi (ex ministro de Medio Ambiente del gobierno de Luis Alberto Lacalle) dijo que era mejor ‘un pueblo sano aunque pobre’. Pero hoy por hoy no, “están todos de acuerdo, incluso él quizá no se acuerde de eso que dijo”. Por eso siguieron con el monocultivo, que intuíamos no era para dar sombra sino para la materia prima de la celulosa. A Ence no la proyectan ya acá pero sí en Conchillas.
–¿Y fue bienvenida allí?
–Al principio sí, decían que no iba a haber más vagos en las calles. Pero ahora se están dando cuenta de que no, ya hay gente de Colonia trabajando en eso. Empezaron a informarse, todo radica en que se informen, empiezan a abrir una dura labor.
–Era difícil que Tabaré Vázquez se privara de inaugurar lo que dicen es la inversión más importante de la historia de su país. ¿Realmente lo es?
–No, es una gran mentira, 800 o más de los 1000 millones quedan en el país donde se compra la maquinaria, en este caso Finlandia. Todo el gasto de la instalación, de la obra civil ¿en qué nos favorece? En nada. La plantilla de operarios es de 300, que luego serán 200, y de esas personas sólo 8 tienen nivel primario. Fue a cortar las cintas del puerto de Ontur con alfombra roja y son tan piratas que estaban pretendiendo realizar el puerto sin un solo estudio de impacto ambiental, tomando 2 cuadras de playa y el embarcadero, rellenando con arena de la zona franca. Dicen que es la mayor inversión pero acá no queda mucho, no pagan ningún impuesto, ni aranceles aduaneros, tienen préstamos blandos del Banco República a tasa baja que recién empiezan a pagar con el primer corte, a los 7 u 8 años. Visto así no parece tan grande la inversión, más bien perdemos plata. Como dicen los gauchos, si sacás la grasa no sé qué queda de los chicharrones (se ríe). Las tierras las compraron con bonos de deuda externa, y la mano de obra es esclava, los tienen debajo de lonas y chapas.
–Usted se habrá sentido como una oveja negra en estos años.
–Es indudable que los ambientalistas de acá nos sentimos así. Aunque un político dijo que éramos pocos pero necesarios para realizar la tarea de ser los ojos que los están criticando, como si esa fuera nuestra única función. Pero mi familia me apoya en esta tarea, que es dura e ingrata y que si da frutos será a muy largo plazo.
–¿Qué opina del nacionalismo que recreó este conflicto?
–Están enceguecidos, un día en Montevideo casi me peleo con un taxista, casi me araña él porque yo defendía la lucha de Gualeguaychú, que es un ejemplo de pueblo detrás de sus derechos precautorios. Ahí están queriendo evitar que se concrete un hecho perjudicial y siempre es mejor prevenir que curar. A mí me ha resultado muy duro, tengo una cómoda casa pero si Botnia se queda tengo la convicción de que se vienen años de aire, agua y tierras envenenadas. En todos lados hay polución pero... (interrumpe sus palabras) ¿Escuchás los tamboriles? ¿Sentís? Me estén saltando en la vereda, es como una provocación... Yo perdí muchos pacientes cuando trabajaba. Ahora pienso en mudarme.
–¿A dónde se iría?
–Primero a Montevideo, y luego a Punta del Este, donde seguro no se les va a ocurrir poner una planta de estas porque ahí el turismo es de los que tienen poder económico.
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