Domingo, 17 de julio de 2016 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
Pese a las objeciones del jefe de gabinete, Marcos Peña Braun, del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso de Prat-Gay y del de Obras Públicas e Interior, Rogelio Frigerio (n), Macrì sigue confiando en Aranguren, entre otras cosas porque todos saben que el presidente fue el primer entusiasta del tarifazo. Pero después de las manifestaciones del jueves, que el gobierno intentó atribuir al “kirchnerismo duro”, el costo de sostener al ministro puede volverse insoportable. Si el gobierno realmente pensara que CFK conduce una diversidad tan apreciable, multisectorial y policlasista, extendida en todo el país y que incluye hasta votantes desilusionados del macrismo, se cuidaría de decirlo. Lo indudable es que la ex presidente supo prever como nadie ese efecto de las políticas oficiales. Lo anticipó al abrir las sesiones del Congreso del año pasado, cuando dijo que dejaba un país muy cómodo para la gente y muy incómodo para los gobernantes que la sucedieran. Lo reiteró al despedirse ante la Plaza de Mayo colmada como nunca la última noche de su gobierno, al proclamar a cada argentino como el dirigente de su destino y el constructor de su vida y jactarse de que lo que ella llama empoderamiento popular es su mejor legado al pueblo argentino. Y volvió a plantearlo el 13 de abril en Comodoro Py, cuando exhortó a la construcción de un Frente Ciudadano, plural, con el único punto de unidad de reclamar por los derechos perdidos, porque “la cuenta de luz, de gas, y el chango del supermercado lo tienen que llenar igual los k, los anti-k y todos” y propuso que si los dirigentes no responden, “tomen la bandera, y marchen adelante, no esperen salvadores ni mesías”. Pero estas definiciones no sirven como orientación para quienes están ocupando posiciones con vistas a los primeros comicios de renovación legislativa durante este mandato, dentro de poco más de un año. Tampoco le sirvió a los descamisados de 1955 la explicación de Perón de que entre la sangre y el tiempo elegía el tiempo, ni a sus confundidos seguidores de 1974, su despedida comunicándoles que su único heredero sería el pueblo. Por encima de tales coyunturas adversas ese liderazgo se proyectó hacia el horizonte. Esa es la apuesta de Cristina, cuyo pensamiento estratégico no tiene una expresión táctica y apunta antes que a la generación de su hijo Máximo y de Wado de Pedro, a los pibes que hoy tienen entre 15 y 20 años. Esto puede ser un consuelo para Macrì, cuya competencia se reduciría así al Círculo Rojo de los grandes grupos económicos locales, encabezados por Techint y Clarín, cuya expresión política es el diputado nacional Sergio Massa, a quien ahora parecen subordinarse las doce tribus del justicialismo, como se aprecia en la excursión a Tigre de Juan Manuel Abal Medina, Oscar Romero, Miguel Pichetto, José Mayans, María Laura Leguizamón y Teresita Luna. De todos modos, no puede descartarse que la respuesta social al ajuste engendre una de las periódicas convulsiones que en este país trastornan cualquier cálculo político y que ese posible cuadro condicione a aquellos actores políticos que prefieren el opoficialismo a la denuncia y la resistencia y acelere las causas judiciales que por ahora con lentitud se ciernen sobre Macrì a partir de los Panama Papers. Pero esas son apenas conjeturas.
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