Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › LA INCREIBLE HISTORIA DEL SORDOMUDO PRESO QUE ES ILETRADO, NO SABE SEÑAS PERO IGUAL LE LEYERON SUS DERECHOS Y LE TOMARON DECLARACION
Una mujer lo acusó de haberla violado tras “conversar” con él en un bar de San Miguel. Lo detuvieron, lo golpearon y le leyeron sus derechos. El fiscal consideró válida su “confesión” aunque la intérprete no entendía nada. Está preso en Sierra Chica. Un caso emblemático de cómo la policía y la Justicia tratan a las personas discapacitadas.
Por Horacio Cecchi
Entre la Justicia de San Martín y la Bonaerense de San Miguel lograron en dos días lo que la ciencia médica no pudo resolver en 33 años: le devolvieron la voz a un sordomudo de 36 años. Hugo Sosa, que de él se trata, fue detenido hace ocho meses acusado de violación por una mujer que aseguró haber estado conversando con él. Una patrulla de la 1ª de San Miguel le dio la voz de alto y como no respondió, entre nueve policías lo molieron a palos; le leyeron sus derechos siendo sordo y le hicieron firmar la acusación en su contra siendo mudo e iletrado. Sosa tampoco entiende el lenguaje de señas por el simple motivo de que apenas si lo estudió hace más de un cuarto de siglo. Para comunicarse usa señas inventadas por él que sólo entienden su familia y los más cercanos. El fiscal Marcelo Segarra le tomó declaración sin la presencia de un defensor y ante una intérprete de señas, ubicada de apuro y que después reconoció no haber entendido ni mu. Igual, Segarra acusó a Sosa de abuso sexual agravado, apoyado en la supuesta confesión de un sordo, mudo, sin señas e iletrado. Desde marzo, Sosa es inquilino en Sierra Chica. Allí, en el silencio nocturno de cada día, el sordomudo está aprendiendo que en la cárcel el canto de la presunción de inocencia no tiene eco. Podrá ser que la Justicia sanmartiniana sea sorda, pero no es muda y habla por sus fallos: apenas concluida la feria judicial, ordenó que el mudo tuviera su juicio oral.
“De contextura robusta” y “agresor”, en esos términos apareció pintado por primera vez en el acta policial Hugo Sosa, de un metro sesenta y detenido por nueve policías que lo doblaban en tamaño, fuerza, armas y verborragia. Unas horas antes, la verdad de la historia del mudo se la llevó su propia incomunicación y una supuesta víctima que se contradijo a sí misma y a los estudios realizados por un perito médico. “No sé bien lo que dijo porque es difícil entenderlo. Ni a nosotros, que somos la familia, nos resulta fácil”, dijo a Página/12 Rita Sosa, hermana menor del mudito. Ella y Mirta, esposa de Hugo, también sordomuda, son quienes mejor interpretan las señas autogestionadas por el mudo protagonista de una historia que debería dar que hablar.
Autogestionadas significa que se comunica con el mundo a través de señas inventadas por él y su familia y que ni los propios sordomudos usan. ¿Por qué? A Hugo Sosa, la incomunicación le llegó mucho antes que la dispuesta por el fiscal 7 de San Martín, Marcelo Segarra. Para ser precisos, a los tres años sufrió una enfermedad que derivó en su sordera permanente. El silencio sólo llama al silencio: a esa edad, la sordera definitiva fue garantía de mudez.
Hijo de una familia pobre, Hugo fue creciendo sin otra discapacidad que la incomunicación. Su madre, María Antonia Monzón, todavía no sabe cómo hizo para llevarlo todos los días desde su casa en Billin-ghurst, San Martín, hasta la única escuela pública especial de la región, la ex 504 de José C.Paz, donde aprendió los rudimentos del lenguaje de señas y los barrotes de las letras que olvidaría después de tres años de estudio, por la falta de uso. “No se acuerda nada –aseguró Rita a este diario–. Fue tres años y abandonó.” No obstante, hace 14 que está casado con Mirta y hace 22 que trabaja en un taller, donde también aprendieron a autogestionarle la comunicación.
Pese a todo, Rita aseguró que su hermano se las arregla para andar por la calle, ir al trabajo. Todos los días, entre ocho y diez de la noche, Hugo volvía del taller. Pero el 28 de diciembre pasado se demoró. Demasiado. Al punto de que la familia salió a buscarlo por los hospitales. Hasta que alrededor de las 8 del día siguiente, una vecina llamó a la madre de Mirta para avisarle que a Huguito lo llevaban a declarar, detenido, a la fiscalía de Segarra al mediodía. Qué había pasado, por qué lo detuvieron y cuándo, fueron preguntas cuyas respuestas la familia tuvo que ir hilvanando. Y muy de a poco.
La H es letra muda
Según la historia oficial, antes de volver, Hugo apareció por el pool Rodrigo, de Fraga y Belgrano, pleno centro de San Miguel. Tomó unas cervezas y a su mesa se sentó C.R.V., la supuesta víctima, que declaró que lo conocía desde hacía unos meses de sentarse a tomar cerveza, y que él se hacía llamar “el Loco Daniel”.
A Rita le llama profundamente la atención el apodo y el nombre. “Nadie lo conocía como ‘Loco’ y menos como Daniel, que es su segundo nombre y que ni siquiera él sabe que lo tiene”, sostuvo la hermana menor del mudo, sin entrar en el detalle de cómo se las arregló la denunciante para saber que Hugo no era Hugo sino Daniel, y que mejor le dijera “loco” que le caía mejor.
El acta policial redactada por el sargento Eduardo Metivier, de la 1ª de San Miguel, no tiene desperdicio. A las 2.45 del 29 de diciembre, mientras patrullaba las calles céntricas junto a la vía, cuenta que apareció la denunciante, vestida sólo con una remera y pidiendo ayuda. Dijo que la habían violado. Justo en ese momento pasaba por ahí el denunciado y Metivier y sus colegas de la patrulla 8093, Edgardo Suárez y Mario Herrera, lo persiguieron. Antes, el sargento pidió refuerzos. Acudieron la 8092 y 8358, con los policías Pedro Rodríguez, Oscar Romero, Andrés Navarro, Néstor Roldán, Héctor Monsalve y Francisco González. Le dieron la voz de alto y como “el sujeto no respondió”, se le echaron encima. El mudo, pese a su metro sesenta, opuso “ardua resistencia” hasta que los nueve lograron dominarlo. No consta en el acta pero se deduce que lo molieron a palos: cuando llegó a la fiscalía, seis horas después, “todavía rengueaba, le faltaba una uña del pie maltrecho, sangraba de un oído, tenía moretones por todo el cuerpo y le habían sacado las zapatillas nuevas”, aseguró Rita, que junto a siete testigos presenció la llegada de su hermano a tribunales.
Volviendo al escenario de la resistencia, el acta policial relata que “intentamos identificarlo resultando imposible ya que este sujeto se negaba a aportar sus datos”. Más allá del silogismo deductivo del sargento que sostiene que si el mudo no hablaba ellos no tenían modo de saber que era mudo, llama poderosamente la atención la misteriosa desaparición del carnet plastificado de unos diez centímetros, otorgado por la Asociación de Sordomudos, que usan para viajar en colectivo y para que, si se pierden, se conozcan sus datos, escritos en el carnet. En el de Hugo figuraban sus dos nombres, Hugo y Daniel, y el número de teléfono de una vecina de San Miguel. El carnet jamás apareció y los de la 1ª sólo dieron seña de haber tomado el DNI. Rita intuye que el carnet fue extraviado por la policía porque si Hugo hubiera aparecido maltrecho y con carnet no hubieran podido justificar la molienda al sordomudo. A la familia otra explicación le resulta difícil de entender. Y es verdad. Si los bonaerenses de la 1ª supieron, sin el carnet, a quién debían avisar entre el cuarto de millón de habitantes de San Miguel, estaríamos ante un verdadero y desaprovechado escuadrón de expertos Guiness.
Al pie del acta de una carilla y media firmaron los nueve Guiness de la 1ª, la víctima y, debajo, sin saber qué firmaba porque no sabe leer, ni puede oír, firmó el detenido: “Hugo”. Habría que descifrar las letras que intentó poner. Parecen rayas sin sentido y escritas de memoria. Está claro, para un sordomudo iletrado todas las letras son H.
Mutis por el foro
Pero las sorpresas del caso siguen. En la foja 9, de la IPP 526468, es decir, el expediente judicial, con la carátula de abuso sexual grave, consta la “notificación” a Sosa, Hugo Daniel, de que fue “aprehendido”, que se le “formará una causa” y, como formalidad, se le participan siete “derechos”. Los dos primeros son absurdos para la imaginación: el derecho a ser “informado sin demora, en un idioma que comprenda” –aclara el artículo– sobre su detención, el nombre del juez y demás. El tercero es imposible de imaginar: Sosa tenía el derecho de llamar por teléfono a un abogado. También le aclararon que no está obligado “a declarar en su contra”, pese a que horas más tarde el fiscal utilizaría su “declaración”, muda por cierto, como confesión de parte. El quinto derecho es el que menciona aquello de la “presunción de inocencia y que de tal modo se lo trate hasta que se demuestre lo contrario”. Desde hace ocho meses, Sosa espera que se cumpla ese quinto inciso, en su celda de Sierra Chica.
Leídos que fueron sus derechos, la teniente primero Claudia Morales estampó el sello de la comisaría, puso su firma y logró que el enterado firmara, aunque el nombre otra vez resultó ilegible. Quizás Sosa supiera que firmaba. Lo que es difícil de creer es que supiera qué.
Después, fue trasladado a los tribunales. No se puede decir que se haya comunicado: entró en contacto con Marcelo Varvello, su defensor oficial, que intentó entender algo. No pudo. Llamó a Rita, que tampoco logró sacar en limpio –de aquel desborde de nerviosos gestos que escapaban del rostro y las manos de su hermano– una historia con sentido de lo sucedido. Con una envidiable capacidad de síntesis, en 16 líneas, Varvello describió la imposibilidad de entender nada, y sugirió convocar un intérprete. Esas fueron sus 16 líneas del caso.
A las 10.30, Segarra tomó declaración a la denunciante. Más allá de los hechos, el texto es curioso. De la declaración surge que Sosa “comentó” en una ocasión, “dijo” en cuatro (una de ellas “entre palabras y señas”), ella le “preguntó” a él en una ocasión; le “contestó” en otra; le “dijo”, en tres momentos diferentes, y en uno de esos sorprendentes intercambios de palabras, él escuchó lo dicho y “se negó”. Mucho más curioso es que él se molestara por los “gritos” de la víctima y le dijera “que se callara porque si no le iba a pegar”.
Después, sin haberse recogido otro testimonio, pasó a declarar el mudo. Segarra no entendía nada. Sus ayudantes, tampoco. Pero el que menos entendía era Sosa. Como no hubo posibilidad de que hablara, el fiscal ordenó postergar la declaración hasta conseguir un intérprete, cosa que ocurriría al día siguiente porque en la Justicia sanmartiniana no existe ese cargo. Entretanto, al mudo lo volvieron a la comisaría de los nueve Guiness que lo habían vapuleado.
Al mediodía del sábado 30, Flavia Barrita, intérprete de señas, ya estaba en los tribunales. Y a las 13.40 se inició la extraordinaria declaración del mudo. Del otro lado de la puerta, Rita y familia intentaban escuchar lo que ocurría.
–Lo único que podíamos escuchar era “no entiendo”, “no entiendo”....
–¿Hugo hablaba?
–No, no –respondió Rita con una sonrisa–. Era la intérprete. No entendía ninguna de las señas.
De todos modos, la declaración quedó firme. Y fue usada como confesión en su contra. El 7 de marzo, Hugo volvió a declarar. Ampliación indagatoria fue el término eufemístico. En esa ocasión, estuvo Barrita auxiliada por otro intérprete contratado por la familia. “Nos contó nuestro intérprete –dijo Rita–, que entre los dos, después de cuatro horas, pudieron entender lo que quería decir. Que Hugo llegó a tirarse al piso de la desesperación por gesticular signos comprensibles. La intérprete me reconoció que ‘recién ahora pude entender lo que decía’. Igual, a nuestro intérprete le quedaron dudas.”
Al fiscal, no. En la ampliación logró entender que había estado con la chica en el bar, que le había pagado después y que él se quiso ir, pero la chica quería más plata. Que no hubo violencia hasta que llegó la policía. Pese a que el médico policial certificó que no había rastros de violación, el mudo marchó preso a Sierra Chica por violación agravada por acceso carnal.
Desde marzo está alojado y aseguran que lo tratan bien. De todos modos, cada vez que ve a algún familiar, llora, porque los sordomudos pueden llorar. La última vez le habían hecho firmar una notificación. Nadie sabe qué es lo que firmó. El creyó que era por su libertad y dicen que estaba feliz, pero a los días, cuando Antonia recorrió media provincia desde Billinghurst hasta Olavarría para verlo, se lo encontró desconsolado llorando. El mudo ya debía haber entendido que no había firmado su libertad.
Ahora, sólo le queda el juicio. La Cámara ya aceptó la elevación pedida por Segarra en tiempo record. Falta el sorteo del tribunal. La fecha. Y la sala. Dicen que en San Martín no tienen una sala acústica para semejante juicio oral.
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