Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
Por A. G.
“Si para un jugador llegar a un Mundial es un sueño, para un periodista sanguchero estar en esta fiesta debe ser lo máximo.” La reflexión pertenece a Andrés Burgo, un periodista argentino radicado en Madrid, que la pronunció durante la fiesta de despedida que la FIFA le ofreció en Berlín a la prensa internacional, con la posibilidad de ver Alemania-Portugal en alguno de los casi 50 plasmas que había en el lugar. Y razón no le falta. Con el simple hecho de mostrar la credencial, el afortunado ya tenía acceso a la cena, que no consistía en un par de triples de miga como en la cancha de San Lorenzo. Todo lo contrario. Salchichas y bifes a la parrilla, lomitos ahumados, ensaladas de todo tipo, vino blanco, cerveza, gaseosas y más y más y más formaban parte del menú. Claro que hasta conocer el mecanismo, y con los anticuerpos adquiridos durante años en canchas de Argentina, los momentos iniciales fueron de cierta zozobra. Lo primero fue integrar una cola tercermundista, en la que incluso se vieron amagues de codazos y colados por una mísera cervecita. Y hasta hubo un intento de piquete cuando los platos se acabaron y los del fondo insistían con que había que continuar avanzando. Pero la grata realidad fue comprobar que otros colegas de países más reputados también tenían internalizados los códigos del periodismo sangucheril. ¿O acaso el colega inglés que pretendía hacerse el amigo para avanzar unos cuantos puestos no se comportaba como un partidario de una radio de Lomas en un encuentro de Los Andes? Lo mismo que el belga de moñito que se hizo el sota para mandarse entre los que esperaban pacientemente su turno. Pero como bien ha afirmado Panno alguna vez, la civilización va de la mano de la abundancia. Y como el catering que proporcionó Blatter y cía. era lo suficientemente suculento, muy pronto llegó la calma. Tanto que a los 40 minutos del primer tiempo, nadie se levantó para sacar ventaja, práctica habitual en la Bombonera para alguien que se precie de sanguchero. Llegaban los goles de Schweinsteiger y los mozos pasaban cada vez con más cervezas. Y terminó el partido y en la parrilla todavía había salchichas. Ya en la despedida, cuando el grupo de periodistas se retiraba del ágape, satisfecho al máximo, hubo quien amagó a regresar. “¿Qué te olvidaste?”, le preguntaron. “Nada, es que en mi hotel no tengo desayuno y me voy a buscar unos pancitos para mañana”, contestó, pero de inmediato se rió y dijo que era una joda. Nadie le creyó.
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