Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
Los organizadores esperaban un millón y medio de asistentes a la misa del Sumo Pontífice, pero había muchos claros en la tribuna; Benedicto XVI se cuidó de atacar a Rodríguez Zapatero.
Por Oscar Guisoni
Desde Valencia
“¡Benedicto, oé! Benedicto, oé!” La canción del Mundial que no le trajo fortuna a la selección española se dejó oír ayer con fuerza en el aeropuerto de Valencia, cuando a las 11.30 hora local el Papa bajó del avión. Su llegada se vio precedida por una polémica y una tragedia, la que el lunes pasado cegó la vida de 42 personas en el subte de la ciudad. La Conferencia Episcopal local había calentado el ambiente de confrontación con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero horas antes de que el avión papal aterrizara en una Valencia vestida de excesivo lujo para recibirlo. Su presidente, monseñor Ricardo Blázquez, había acusado a la sociedad española de estar moribunda, en una entrevista concedida a la revista italiana Famiglia Cristiana. Imágenes del abismo que la Iglesia Católica hispana agita desde que los socialistas llegaron al poder.
A las autoridades eclesiásticas locales les molesta la nueva ley de educación, que elimina la enseñanza obligatoria de religión en las escuelas públicas; la ley de divorcio express, que acelera los tiempos de la disolución del matrimonio civil y, sobre todas las cosas, la legislación que permite el matrimonio entre homosexuales. A la Iglesia en realidad le molesta que el Estado legisle sobre la unión entre personas, un territorio que considera coto privado, como lo demostró ya en 1870 cuando el Parlamento español dictó la ley de matrimonio civil. La llamaron “la ley de la mancebía” y anunciaron también, como ahora, que se trataba de “un inmoral y vulgar concubinato o un escandaloso incesto”.
Antes de que Benedicto XVI bajara en Valencia también echó leña al fuego su sucesor al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal norteamericano William Joseph Levada, quien sugirió que los católicos tienen la obligación de no seguir las leyes que Roma considera inmorales. Un auténtico llamado a la desobediencia civil que ya ha tenido su manifestación más palpable en la negativa de algunos jueces españoles a celebrar los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Pero Ratzinger es, antes que nada, un ortodoxo en lo moral y un pragmático en lo político, por lo que su primer discurso, ayer por la mañana, frente a la catedral de Valencia, no fue tan duro como lo hubieran querido los obispos locales. Sólo se limitó a defender la familia tradicional. Ni una palabra que pudiera ser interpretada como contraria al actual gobierno.
Antes había sido recibido por los Reyes y por el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el aeropuerto. El Papa se detuvo después unos minutos a orar en la estación del subte de Jesús, lugar de la tragedia del pasado lunes. Y concluyó su periplo público mañanero con la oración en la plaza de la Virgen, frente a la majestuosa catedral.
Un nutrido grupo de seminaristas ocupaba los primeros asientos en la plaza. El Papa se sorprendió por la cantidad de veces que interrumpieron su discurso con gritos y canciones y más debió de sorprenderse al leer la inscripción que llevaban en sus remeras: “Hazte cura. Y que sea lo que Dios quiera”. Un toque de humor en medio del apabullante calor que asolaba el centro de la ciudad a esas horas.
Por la tarde, el Papa se encontró con Zapatero en el Palacio Arzobispal. Según fuentes del gobierno, fue una reunión cordial en la que no hubo reproches por parte de Benedicto XVI al líder socialista. Minutos antes del encuentro, el primer ministro tuvo que soportar rechiflas e insultos provenientes de un pequeño grupo de peregrinos que lo esperaba a la entrada del Palacio al grito de “ETA y ZP, la misma mierda es”. Por la tarde el Papa se dirigió al enorme escenario de 2500 metros cuadrados que el gobierno de la ciudad ha montado sobre el puente de Monteolivete, que cruza el cauce seco del río Turia en la parte más elegante y moderna de la ciudad, con el objetivo de clausurar el V Encuentro Mundial de la Familia, principal motivo pastoral de su visita.
Para llegar al fastuoso escenario tuvo que atravesar media ciudad sobre el Papamóvil. Hacía tanto calor que Benedicto XVI bajó los vidrios blindados del vehículo, irritando los nervios de sus guardaespaldas y obligando al vehículo que lo transportaba a acelerar el paso.
Los organizadores del evento esperaban que llegaran a Valencia un millón trescientas mil personas. Era difícil evaluar ayer en cuánto se han cumplido sus deseos, pero a juzgar por el aspecto vacío que presentaban las zonas adyacentes al puente, cortadas al tráfico de vehículos desde la tarde del viernes, es de suponer que Benedicto XVI no se dará un baño de multitudes como el que se esperaba. O, como comentaba algún malicioso transeúnte, el que se hubiera dado en vida el carismático Juan Pablo II.
La soterrada polémica que se ha dado dentro del mundo católico local durante los últimos días tal vez explique tantas ausencias. Las comunidades de base de la iglesia, pequeñas pero muy activas, desistieron de hacerse presentes en Valencia por considerar que el encuentro estaba cooptado por el Opus Dei y sus posturas ultraortodoxas, a la vez que criticaron el exceso de lujos y de desfachatada operación de marketing turístico que el gobierno local, también vinculado con los sectores más conservadores de la derecha, le imprimió al acto.
El Papa abandonará hoy la ciudad a las 13.30 luego de celebrar la misa a tempranas horas de la mañana en el mismo escenario en el que clausuró ayer el Encuentro. Con el correr de los días se podrá evaluar mejor el impacto político y social de su primer viaje como pontífice a España.
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