Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
Por Juan Sasturain
Desde la casa
En abril de 1953, el joven Rodolfo Walsh publicó en la colección Evasión de editorial Hachette, la antología Diez cuentos policiales argentinos, primera del género en el país. Allí, junto a Borges, Bioy, Peyrou, Jerónimo del Rey –seudónimo que ocultaba al cura Castellani–, el propio Walsh y otros menos conocidos cultores del policial aparecía Facundo Marull, cuyo relato elegido, “Una bala para Riquelme”, había ganado el concurso de la revista Vea y Lea dos años atrás.
Marull –poeta y rosarino, por lo que sabemos– no ha dejado mucha obra dentro del género, pero su ingenioso relato –breve, barrial y barroco– no es de los que se olvidan: tiene originalidad, clima y estilo. Aquel literalmente pesado Riquelme del cuento es muerto en el café tras muchos disparos y aparatoso desparramo. Hay varios candidatos pero, como siempre en estos casos y en este tipo de historias, hay alguien, uno que disparó. Y determinarlo es fundamental: quién mató a aquel Riquelme.
No es el caso actual, cuando tantos tirotean a éste, a Juan Román Riquelme, blanco móvil antes, blanco fijo ahora, porque no está muerto; sigue y seguirá largamente vivo. El hombre, como siempre –antes cuando lo adulaban, ahora cuando lo cuestionan– calla y no otorga. En eso, como su modelo, el maestro Zizou, hace la pausa hasta para contestar...
Es obvio que pertenezco al poblado club de admiradores de Román y lo considero un jugador excepcional. Literalmente: de calidad inusual, raro, diferente. Con características y temperamento propios; rasgos de genio, habilidad e inteligencia y, también, limitaciones evidentes. No es Diego (nadie lo es) ni nunca hubiera podido serlo; no es Zidane tampoco, aunque es el único que se le acerca; pero con el resto de los mejores está ahí. Además, es –raro en los hábiles dotados como él– un notable jugador de equipo, de los que juegan y hacen jugar. En cuanto al temperamento y las cualidades propias, Román puede y suele manejar los tiempos y los modos de un equipo, pero no ser su motor vital. Conduce pero no lidera. Nada nuevo, después de tantos años de verlo y disfrutarlo.
Dicho lo cual, me parece que, más allá de que no haya tenido el Mundial que deseaba/deseábamos, que no haya sido el mejor Riquelme posible –tal como ya se lo vio durante esta temporada en el Villarreal–, no cabe caerle como se le cae. La disparidad de las calificaciones que le otorgamos en los medios argentinos durante el Mundial son muy significativas: se lo calificó de acuerdo con las expectativas, no por el rendimiento puntual. No se lo juzgó por lo que hizo (que fue mucho y bueno) sino por lo que se suponía que debería haber hecho (que era todo lo demás). Es muy de nosotros.
Pero no es sólo eso. Paradójicamente –y no es para desviar la atención de Román–, resulta increíble que en un Mundial tan pobre en términos futboleros como éste, gobernado por la mezquindad de entrenadores sin audacia y tácticas que siempre privilegiaban “el cero en el arco propio” –nuestro Pekerman incluido, en instancias clave–, las críticas se hayan centrado en la “desaparición” de los hábiles o en la defección de los jugadores ofensivos: mataron a Román, Ronaldinho y Kaká; y se ningunea a Totti, incluso a Henry, que “no hizo nada”... ¿Resulta tan difícil ver que esto se debió en gran medida al tipo de fútbol que se jugó y no a las falencias individuales de estos jugadores, algunos de los cuales jugaron poco (Messi) o casi no la tocaron (Rooney)?
Por eso adhiero totalmente y me siento identificado con lo que han sostenido en estos días, entre otros, Valdano y el Coco Basile: ha sido un Mundial miserable. Y el resultadismo –opinar con la chapa puesta– sólo ha mostrado la coherente miserabilidad de las lecturas.
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