Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › SOñAR CON LOS ANGELITOS
El mítico bar de Rivadavia y Rincón está listo para el regreso. Después de catorce años de cierre, volverá como café y lugar de cenas y shows de tango para el turismo. Habrá también lugar para los fans que le hicieron el aguante.
Por Eduardo Videla
Después de catorce años de cierre y una demolición total por peligro de derrumbe, vuelve a Buenos Aires el Café de los Angelitos. El nuevo local tendrá poco que ver con el original, que fue a la vez sitio de encuentro de payadores, refugio de malevos y lugar de reunión para los políticos más destacados de la primera mitad del siglo XX. Ahora, su fuerte será la cena con show de tango, pensada para el turismo, pero no se olvidará de los vecinos que le hicieron el aguante durante estos años: el café estará abierto las 24 horas y la cocina promete incluir en el menú el plato de puchero que, según dicen, fue el plato que solía pedir allí Carlos Gardel, uno de sus más célebres habitués. Y hasta habrá un lugar para el grupo de tangueros que todos los miércoles se reúne a escuchar y bailar tangos en la puerta del boliche, en Rivadavia y Rincón.
Lo que hasta 1992 fue un bar deteriorado por el paso del tiempo y querido por sus parroquianos ahora es un enorme salón donde todo huele a nuevo. No quedó ni una piedra de aquel edificio que se llevó la topadora en diciembre de 2000, cuando corría riesgo de venirse abajo con cada temblor provocado por el paso del subte. “Ya habíamos comprado el edificio cuando el gobierno de la ciudad decidió que había que demoler”, dice Alfredo Piñera, uno de los empresarios que está al frente del emprendimiento. Un año después fue anunciado el proyecto de reconstruir ese espacio y convertirlo en un lugar dedicado al tango. Pero la crisis de diciembre de 2001 le puso un freno a la iniciativa, que se retomó hace dos años.
Ahora, la construcción está terminada y sólo faltan las mesas y las sillas para que el bar comience a funcionar. El mobiliario, como la decoración y la ambientación, reproduce el estilo que predominaba en los años 1920 y 1930, época de oro del café. El piso, por ejemplo, fue cubierto por mosaicos calcáreos con dibujos, de aquellos que se veían en el patio de la abuela y que hoy no están en el mercado, salvo que se hagan a pedido.
En el centro del salón hay una tarima de madera tarugada y lustrada, apenas por encima de las baldosas, rodeada por barras de bronce: un escenario ideal para los bailarines de tango. Ese espacio divide en dos el salón: de un lado, hacia la esquina de Rivadavia y Rincón, el lugar dedicado al bar, y del otro, separado del primero por un cortinado bordó, estarán las mesas para el público de la cena-show, justo frente a un gran escenario de dos niveles: uno para los cantantes y bailarines y el de arriba, para la orquesta.
El espectáculo también podrá verse desde una planta alta, de dos niveles, sectores de mesas vip, destinados a grupos de comensales y espectadores. “Queremos que el show sea el fuerte del local, especialmente para los turistas”, agrega Piñera. En ese perfil, la sociedad de propietarios puso todas las fichas: “En el último año presentamos la propuesta en todas las ferias internacionales de turismo: Milán, Berlín, Madrid y Río de Janeiro –dice Jorge Tejada, director comercial del emprendimiento–. El café ya es una marca registrada y los operadores están esperando que abra.”
Un bar con historia
El comienzo del café se remonta a 1890, pero en aquel entonces el lugar se llamaba Bar Rivadavia. Las crónicas de la época recuerdan que comenzó como un galpón con piso de tierra, frecuentado mayormente por jornaleros que trabajaban en el Mercado Spinetto, ubicado a metros de allí. En esa época se escuchaban en vivo las payadas entre Gabino Ezeiza, Higinio Cazón y José Betinotti, entre otros.
El nombre de “los Angelitos”, cuenta la leyenda, se le debe al comisario de la zona: era una ironía dedicada a los parroquianos más bravos, que nada tenían de angelitos. La marca, en todo caso, la registró en la memoria urbana el español Carlos Salgueiro, que en 1920 compró el local y decoró la entrada con dos angelitos de yeso.
Por ese tiempo, el café se convirtió en un reducto de tangueros. Carlos Gardel y José Razzano firmaron en una de sus mesas el contrato con eldirector del sello Odeón para la primera grabación del Zorzal: El sol del 25. Dos hombres de teatro, como Florencio Parravicini y Elías Alippi, también formaron parte de la concurrencia habitual, a la que se sumaron los personajes más destacados del socialismo argentino: José Ingenieros, Juan B. Justo y Alfredo Palacios, que venían desde la Casa del Pueblo, sede partidaria situada apenas a 50 metros de allí. La cercanía del Congreso también atrajo a muchos radicales, quienes solían trenzarse en antológicos debates con los socialistas.
Juan de Dios Filiberto, Cátulo Castillo, Aníbal Troilo y Julio de Caro se sumaron a la lista de celebridades que hicieron emblemático el bar y que hoy están presentes en algunos de los 350 cuadros que ahora se exhiben en las paredes del local, a manera de decoración.
Esos fueron los mejores momentos del café, que empezó a languidecer en los ’60, hasta su cierre definitivo, en 1992. Desde ese momento, los parroquianos más fieles crearon una Asociación de Amigos y encontraron allí su manera de pelear por la vuelta: todos los miércoles, de modo casi religioso, se reúnen a la tardecita en la esquina a escuchar y, por qué no, a bailar tangos. Esos vecinos, dice Piñera, tendrán su espacio en el nuevo bar, aunque no se sabe aún en qué días y horarios.
El regreso
La selección del material fotográfico que decora el local estuvo a cargo del arquitecto Jorge Rossi: es el fruto de un paciente trabajo de búsqueda en el Archivo General de la Nación y la Dirección de Museos de la Ciudad. “Son imágenes de 1920 a 1950, la época de esplendor del bar”, sostiene Rossi. A la galería de personajes mencionados se agregan desde el payador Gabino Ezeiza hasta la del presidente Hipólito Yrigoyen, entre otras postales de la ciudad en esos años.
“La ambientación también corresponde a esas décadas –agrega Rossi–: los ventanales en guillotina, las puertas vaivén, la boisserie de cedro.” La barra principal, también de madera, está coronada por un pequeño balcón, el palco de la vitrola, con espacio para uno o dos músicos que desde allí podrán amenizar cualquier velada. Uno de los ya contratados para esa misión es José Gabino Ezeiza, nieto del mítico payador.
La trama del nuevo complejo se completa con un salón de usos múltiples, en el subsuelo, que para los emprendedores podría usarse como lugar de exposiciones transitorias o permanentes, como un pequeño auditorio o salón para realizar eventos. Allí abajo también habrá un puesto de venta de merchandising del local. La inversión total, aseguran los empresarios, se acerca a los dos millones de pesos.
Desde afuera, por ahora, sólo puede verse una empalizada de metal. Se intuyen, sí, los angelitos grabados al ácido sobre los vidrios de los ventanales. Arriba, en la ochava, un cartel de lona plastificada tapa los emblemas máximos del lugar: el nombre y los ángeles de mampostería. El cartel anuncia el regreso inminente –estiman que faltan aún unos tres meses–: “Después de tanto tiempo, un café es el motivo para volver a empezar”.
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