Domingo, 30 de julio de 2006 | Hoy
Locales a oscuras, vecinos cruzando la calle con linternas, falta de velas y de pilas. Toques de otras épocas en un sector entero de la ciudad que se quedó sin luz, casi sin comunicaciones, sin semáforos y sin esa nueva necesidad, Internet. La vuelta a la normalidad mostró algunos baches.
“La verdad es que si hubiésemos vendido velas y pilas para las linternas nos habríamos llenado de plata. Pero nosotros no vendemos esas cosas”, se lamentó ante Página/12 Humberto, que atiende un kiosco con cabinas telefónicas en Juan Bautista Alberdi al 1700, en el barrio de Flores, y que estuvo más de quince horas sin luz. De todos modos, no hubiera sacado ventaja de la situación. Con el local a oscuras el kiosco se mantuvo cerrado hasta las 11 de ayer, cuando en ese sector volvían a tener el servicio. Cuando el sol empezaba a irse para dejar a Buenos Aires a merced de la iluminación artificial, ya eran pocas las zonas que aún continuaban sin energía eléctrica. El temor que la noche anterior había asaltado a los comerciantes de los barrios afectados por el apagón se extinguía con el mismo ritmo con el que se encendía el alumbrado público. Incluso el miedo había sido avivado por una efímera leyenda urbana según la cual un hombre que trabaja en Edesur había comentado que el servicio se restablecería recién el miércoles.
“Regresó a las 11 de la mañana, pero en la vereda de enfrente recién volvió hace una hora”, dijo Humberto sobre la luz mientras vendía cigarrillos y cobraba una llamada de 45 centavos. “No, yo no llamé a Edesur. ¿Qué iba a hacer? Esperé que volviera. Le echan la culpa al incendio ese, pero a mí me da la impresión de que el problema es que acá los servicios son una porquería. Nos quedamos sin luz, sin agua, sin semáforos: un desastre. ¿Qué, le van a echar la culpa a los equipos de aire acondicionado con el frío que hace, como hicieron con el verano del ‘99?”, se indignó para después cambiar su expresión por la de la resignación porteña.
No obstante cierta normalidad que empezaba a exhibir la ciudad, a las 19 todavía podía verse gente que cruzaba las calles con linternas en las manos. Claro que apagadas, pero vitales mientras se prolongó la oscuridad. Sólo algunas cuadras continuaban en las sombras. De nuevo con luz, lo que muchos esperaban era volver a tener agua, dos servicios que van de la mano.
“Acá volvió a las 12. Pero Internet recién a las 18”, afirmó Maximiliano, que en la esquina de Camacuá y Alberdi atiende una mezcla de kiosco y cíber de esas que se volvieron tan populares en Buenos Aires. De acuerdo con su cálculo, las horas en las que las diez máquinas conectadas a la web se mantuvieron apagadas perdió unos 150 pesos. El sí optó por comunicarse con la empresa en busca de una respuesta. Lo que le contestaron del otro lado del teléfono le demostró cuál era el nivel de control que Edesur tenía sobre la situación. “Decían que era un pequeño incendio en una subestación y que no sabían cuándo se iba a restablecer el suministro”, recordó. “Por lo menos, acá dentro de todo volvió rápido”, se consoló el kiosquero.
Menos afortunada fue Nélida: no pudo escuchar ninguna voz dudosamente tranquilizadora en el teléfono. Ella despacha en una panadería de Puan y Pedro Goyena, en el barrio de Caballito, y a pesar de haber intentado varias veces, jamás le respondieron la llamada a Edesur. “En la empresa no contestaba nadie. Y la luz volvió a las 11”, contó al tiempo que le vendía una prepizza con cebolla a Laura, una vecina de 20 años.
–¿Y vos tuviste suerte con el apagón? –le preguntó la panadera, que se dejaba vencer por el tema obligado de conversación en el barrio.
–En casa me dijeron que la luz volvió a las seis. Igual yo no me enteré, porque llegué más tarde –respondió entre risas.
Nélida no sabía a cuánto ascendían las pérdidas en la panadería por la falta de heladeras. “La dueña todavía no llegó así que no sé cuánto se perdió en plata. Pero tuvimos que tirar el 50 por ciento de la mercadería”, se quejó.
“Yo lo que hice fue desaparecer de acá”, relató Graciela, en un kiosco sin cíber, a la antigua, ubicado sobre Pedro Goyena, Caballito. “Ni bien se cortó me fui. Bajé como pude las persianas, que son eléctricas, y cerré porque era peligroso, estaba terrible. Tuvimos luz de nuevo al mediodía.Yo no llamé. Si ya sabía que era por el incendio, ¿para qué iba a llamar?”, aseguró. “Y todavía no tenemos agua –reclamó ayer poco después de las 19–. Mirá, entre la piedra, el apagón y el agua tuvimos una semana bastante problemática.”
Enfrente, el bar seguía abierto a pesar de la falta de agua. No podían cerrar porque hubiese sido entendido como una traición por los parroquianos. “Mucha gente vino a comer porque sin heladeras no tenían comida en las casas y acá algo nos quedaba. Y como tuvimos luz antes que algunos de los vecinos de la vuelta, muchos venían hasta a cargar los celulares”, explicó Tito, uno de los encargados. “Te quedás sin luz y sin agua, ni heladera. La gente mayor que vive en un piso diez o doce, ¿cómo hace?” se quejaba José Luis, cliente del bar mientras leía el diario del día.
“¿Agencia, luz?”, respondió ante la consulta del cronista una mujer de rasgos orientales que atiende un locutorio y cíber en Alberdi y Malvinas Argentinas. Después de comprender la pregunta y de quién provenía, el diálogo se volvió un poco más fluido. “Ah, apagón. Sí, cortaron hasta las 18.30. Y cuarenta minutos después vino Internet”, dijo.
–¿Y perdió mucho por no trabajar? –quiso saber Página/12.
–Y... no puede trabajar. Veinte máquinas sin trabajar. Locutorio no puede trabajar. Más o menos 200 pesos –calculó la mujer.
Entre algunos de los comerciantes podía escucharse una historia cercana al género leyenda urbana. Varios comentaron que un vecino les contó que un amigo tiene a un conocido que trabaja en Edesur y que les había alertado sobre la posibilidad de no volver a tener luz hasta el próximo miércoles. Ya de nuevo con electricidad, lo contaban con una sonrisa.
Informe: Lucas Livchits.
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